Internacionalización, muchas promesas y pocos
resultados
Alejandro
Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99
En el reciente
Congreso de las Américas sobre Educación Internacional, celebrado en Monterrey,
Nuevo León, el subsecretario de Educación Superior, Fernando Serrano Migallón, sintetizó
la posición gubernamental sobre la dimensión internacional. Difiere de la que
se sostenía cuando comenzaba a notarse la importancia del tema, pero podría ser
igualmente carente de resultados satisfactorios.
El titular de
educación superior dijo: “México aspira a enviar a sus mejores talentos a
completar su formación en otros países, a recibir a estudiantes de diferentes
nacionalidades y distintas especialidades y compartir su conocimiento y el
talento de sus profesores. Sólo se podrá conseguir si el trabajo lo hacemos
entre todos”.
Todavía a principios
de los años noventa la idea era que los jóvenes cursaran estudios completos de
posgrado en el extranjero, tantos estudiantes como lo permitieran los recursos
financieros disponibles. Hoy, en su
mayor parte, como lo anota el subsecretario, se trata de que los jóvenes
reciban una formación complementaria: una modalidad de estancias cortas en
otros países, frecuentemente de un semestre o de un año.
Al inicio tampoco
había una expectativa por recibir estudiantes de otros países. Aunque algunas
instituciones de educación superior en México, destacadamente la UNAM, atraían
a estudiantes principalmente de América Latina, no era un objetivo que se
hubieran trazado deliberadamente. Ahora, las instituciones aspiran a recibir
grandes volúmenes de estudiantes extranjeros.
En la región
latinoamericana, y especialmente en el caso de México, las iniciativas de modernización en el terreno educativo de
fines de los años ochenta, la profunda y gradual apertura económica, así como
la formación de bloques regionales y alianzas estratégicas, comenzaron a
registrar con mayor énfasis y a mayor escala los procesos de cooperación
académica internacional y la movilidad estudiantil.
Lo paradójico
es que pese a la gran cantidad de convenios y programas que se pusieron en
marcha para alentar la internacionalización, la mayoría han carecido de efectos
prácticos y solamente algunos han mostrado resultados. Es notable la
disminución del número de becas al extranjero.
Las cifras
oficiales no son del todo confiables, pero al comienzo del programa de becas,
en los años setenta, más de la mitad de los apoyos eran para estudios en el
extranjero. Después, con la crisis de los años ochenta y la escasez de
recursos, las proporciones se invirtieron y las becas nacionales representaron
la parte mayoritaria. En los años noventa, aunque el número de becas pasó de
poco más de dos mil a más de 17 mil, la proporción se conservó en 80 por ciento
de becas nacionales y 20 por ciento para el extranjero.
Desde que se
puso en marcha la estrategia de reordenación del posgrado, primero con el
Padrón de Excelencia en 1992 y una década después con el Padrón Nacional de
Posgrados, creció el argumento a favor de un mayor otorgamiento de becas
nacionales y una disminución para el extranjero. El razonamiento era que ya
estaba asegurada la calidad de los programas nacionales. Se decía que los
niveles de enseñanza eran comparables a los de países avanzados y había que darles
preferencia, principalmente a los doctorados nacionales.
En esta última
década, los datos son variables, pero las cifra oficiales señalan que las becas
vigentes al extranjero pasaron de 2 mil 972 a 4 mil 82, entre el 2002 y el
2011. Por su parte, en el mismo periodo, las nacionales pasaron de 9 mil 399 a
36 mil 514. Notable la diferencia de crecimiento entre unas y otras.
Actualmente el 91 por ciento son becas nacionales.
La
internacionalización tiene muchas dimensiones y diferentes ángulos, pero no deja
de llamar la atención que cuando más se ha enfatizado la importancia de
propiciar la formación en el extranjero, el volumen y los apoyos no han ido en
correspondencia.
No
necesariamente tendría que ser una formación completa fuera del país. La tendencia
en otros países es, precisamente, la adopción de diferentes modalidades de
movilidad. Sin embargo, a la luz de las cifras mencionadas y de otras no
consideradas, la propuesta formulada en el Foro Bilateral sobre Educación
Superior acerca de que el número de estudiantes mexicanos en Estados Unidos se
eleve de 13 mil 893 a 100 mil en los próximos cinco años, parece simplemente improbable.
Es decir,
nuevamente, los resultados serán insatisfactorios. ¿O hará una corrección más
el todavía ausente programa sectorial? Pronto lo sabremos.
(Publicado en Campus Milenio No. 532. Octubre 24, 2013, p. 4)
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