Alejandro Canales
UNAM-IISUE
@canalesa99
(Publicado en Campus Milenio No. 1062. Octubre 3, 2024. Pág. 4)
Los avances tecnológicos nos sorprenden y nos inquietan cada vez más. La Inteligencia Artificial (IA) es la novedad más reciente, de forma especial cuando se abrió al público el famoso ChatGPT al final del 2022 y se convirtió en una herramienta que podía reemplazar el trabajo de los humanos. Pero no es la única y seguro no será la última.
El acelerado desarrollo tecnológico tiene sus apologistas que están pendientes de los desarrollos más recientes y piensan que nos conducen a un progreso sin retorno. También están los detractores, no son unos luditas del siglo XXI, pero sí tienen sus reservas sobre sus implicaciones y prefieren mantenerse relativamente al margen de estos dispositivos.
Sin duda la tecnología está cambiando nuestras vidas y no podemos sustraernos a sus efectos. Pero ¿la universidad tiene algo qué hacer o decir en esas circunstancias? El tema tiene múltiples aristas y todas ellas son relevantes. Tal vez la universidad podría plantearse dos grandes perspectivas sobre el tema. Una que enfatiza el tema desde el interior y para la propia institución, para orientar, adaptar, regular e innovar su desarrollo frente a los avances científicos y tecnológicos.
Aquí la universidad intenta responder qué herramientas tecnológicas son imprescindibles y cómo incluirlas en el desarrollo de sus actividades sustantivas para tener mejores resultados. O bien, qué innovaciones y cuáles contenidos tecnológicos no pueden estar ausentes en una formación profesional universitaria. Esta visión es necesaria, pero tal vez no es la que más le preocupa a la sociedad.
Otra perspectiva podría centrarse en las implicaciones que tiene el cambio tecnológico para la universidad, pero sobre todo para la sociedad en su conjunto. Una reflexión a este respecto es parte de la responsabilidad social que le corresponde a la universidad. Como lo indicó la Conferencia Mundial de Educación Superior en el 2009, la institución podría desempeñar un papel anticipatorio, “para prever y alertar a la sociedad sobre tendencias emergentes e, idealmente, ayudar a prevenir crisis importantes antes de que sucedan”.
La responsabilidad social universitaria no es una novedad, es consustancial a sus funciones, porque su principal actividad es razonar, pensar, criticar. Como decía Ortega y Gaset cuando planteó la misión de la universidad hace casi un siglo: “Necesita también contacto con la existencia pública, con la realidad histórica, con el presente, que es siempre un integrum”. O, como después se destacó: “la universidad como conciencia crítica de la sociedad”.
Sin embargo, con el desarrollo tecnológico ocurre algo contradictorio, sus cambios son cada vez más cortos y rápidos, y nosotros no vamos a la misma velocidad. Pero tal vez nosotros y la universidad no tendríamos ni deberíamos ir a la misma velocidad.
En el libro de Peter H. Diamandis y Steven Kotler “El futuro va más rápido de lo que crees”, explican por qué ahora el desarrollo tecnológico es más rápido y la aceleración es mayor. Los autores dicen que se debe a tres factores: 1) el crecimiento exponencial de la potencia de cálculo de las computadoras y de todas las tecnologías; 2) las tecnologías que se encuentran en plena aceleración y que convergen con otras tecnologías; y 3) una especie de amplificador de fuerzas (tiempo, capital, nuevos negocios, etc) que tiene un «efecto de segundo orden» para acelerar la innovación.
El problema es que, también dicen los autores, en términos históricos el cerebro humano evolucionó en un entorno local y lineal, pero ahora vivimos en un mundo global y esponencial. Son optimistas y sugieren anticiparnos a lo que viene, utilizar la convergencia de tecnologías en todos los ámbitos, sea el comercio, la publicidad, la educación, la medicina, etcétera. Incluso piensan que la aceleración tecnológica es como parte de un viaje continuo hacia la abundancia y será accesible para todos.
Sin embargo, lo cierto es que las cosas no son tan sencillas ni ocurre de la misma forma para todos, no solamente es progreso. La inescapable desigualdad está presente, la brecha digital entre los hiperconectados y los que no tienen acceso lejos de acortarse, cada vez se separa más. Pero no es lo único.
El desarrollo tecnológico también es un trastocamiento de nuestra vida cotidiana, los hábitos de consumo, de esparcimiento, laboral, de todo nuestro sistema de vida. Y aquí es donde las universidades pueden ser esa conciencia crítica de la sociedad, vigilante de los fenómenos emergentes y prever tendencias. Una labor que, sin embargo, debe realizarla en medio de varias tensiones, como la presión para que responda y cambie al mismo ritmo que la tecnología, o bien, la organización y el sistema en el que funciona la universidad. No es poco.
Pie de página: comienza el nuevo periodo de gobierno y la primera decisión es el nombre y la estructura administrativa de la nueva secretaría de ciencia. Atentos.
Nota:
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