viernes, 21 de octubre de 2016

¿Necesitamos Laboratorios Nacionales? Un cambio oportuno en las formas de investigación

Alejandro Canales
UNAM-ISSUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 677. Octubre 13, 2016. p. 5)

La semana pasada, en el Instituto Nacional de Administración Pública (Inap), pero el español, no el mexicano, presentaron el Laboratorio de Gobierno para la Innovación Pública en Iberoamérica (NovaGob.Lab). Otro laboratorio de políticas públicas. Ahora como  iniciativa de la Fundación de la Universidad Autónoma de Madrid, la cual primero impulsó una red social (NovaGob).

El director de NovaGob.Lab, Juan Ignacio Criado, dijo que la intención es que el Laboratorio sea un espacio de convergencia entre el conocimiento en el terreno de la gestión pública y las políticas para “apoyar a las organizaciones públicas en la búsqueda de soluciones innovadoras mediante una metodología abierta y colaborativa”.  Es decir, buscar que la investigación, el desarrollo experimental y la innovación, mejoren las prácticas de la administración pública.

En el caso de México, al final de noviembre del año pasado, como aquí mismo quedó registrado (Campus Milenio No. 635), también se presentó el Laboratorio Nacional de Políticas Públicas (LNPP). Un proyecto similar, igualmente alentado por una institución educativa, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (Cide), desde los tiempos en que el actual director de Conacyt, Enrique Cabrero, ocupó la dirección de aquel.

El LNPP, respaldado por el Cide y hospedado en esa misma institución, contaría con infraestructura e instalaciones propias. Un resultado de las convocatorias de Conacyt para establecer o crear laboratorios nacionales. Ahí también tuvo cabida el financiamiento para el “Laboratorio Nacional de Ciencias de la Complejidad de la UNAM”. 

Claro, al comienzo de esta administración e incluso todavía en diciembre del año pasado, aunque ya se había realizado un primer recorte al Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) del 2015 y se avizoraban otros por venir, aún parecía firme la intención de alcanzar el uno por ciento respeto al PIB en inversión sectorial y no se veía la gravedad del panorama fiscal que hoy se anuncia.

Desde que se presentó el LNPP se dijo que sería un espacio para simular intervenciones gubernamentales en la solución de problemas públicos. Un laboratorio nacional de las ciencias sociales con grandes bases de datos, el denominado Big Data, con información que permitiera mejorar, evaluar o incluso diseñar políticas públicas.

Es una intención relativamente similar a la de The GovLab de la Universidad de Nueva York, un proyecto que funciona desde el 2013 y se dedica a incrementar el uso y disponibilidad de datos abiertos (Open Data), con lo que busca fortalecer la capacidad de instituciones gubernamentales y no gubernamentales, así como de personas, para trabajar abierta y efectivamente en la toma de decisiones y en la solución de problemas públicos. El laboratorio español también tiene una finalidad parecida.

En América Latina, la presidenta chilena, Michelle Bachelet, puso en marcha en 2015 lo que llamó “Laboratorio de Gobierno”. A diferencia de los casos anteriores, la iniciativa se localiza en la estructura gubernamental, integrado por personal de ministerios de su gobierno y algunos miembros de la sociedad civil, con la misión de “desarrollar, facilitar y promover procesos de innovación centrado en los usuarios dentro de las instituciones del Estado chileno” (lab.gob.cl).

Los laboratorios nacionales clásicos tienen una larga tradición en las ciencias biológicas, químicas, matemáticas, física e ingenierías. Asociados a la experimentación controlada y a la investigación especializada en uno o varios campos de conocimiento. Sin embargo, menos común ha sido la idea de laboratorio nacional (como espacio cerrado, bajo control y con dispositivos especiales para la experimentación de gran alcance) en las ciencias sociales y más concebido como cualquier espacio social en el que se produce conocimiento. Precisamente porque lo que está bajo estudio o comprensión trascurre en escenarios o laboratorios “naturales”.

Entonces: ¿las actividades gubernamentales o los científicos sociales se quieren parecer a los científicos naturales? o ¿estamos ante un cambio profundo en las formas y ritmos de trabajo científico? Un poco lo primero, pero todo parece indicar que es fundamentalmente lo segundo. La acumulación de datos de muy diversa naturaleza, los dispositivos tecnológicos al alcance, los enfoques transdisciplinarios, las herramientas de procesamiento de información, los resultados bajo demanda, la rendición de cuentas y las presiones para la eficacia y la eficiencia del conocimiento producido, están cambiando la idea de laboratorio para las ciencias sociales.

Solamente piense en lo perturbador que resultó la revelación de que Facebook había manipulado el algoritmo de selección del tipo de noticias en las cuentas de sus usuarios para observar si había un “contagio emocional” y las reacciones que provocaba.

Sí, no hay duda, necesitamos laboratorios nacionales, pero el asunto tiene sus implicaciones. No es solamente cosa de un mayor número o de un cambio de términos. Volveremos al tema.

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