Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99
(Publicado en Campus Milenio No. 782.
Diciembre 6, 2018. Pág. 5)
En ese
entonces no lo conocía personalmente, solamente tenía registrado que tiempo
atrás Jorge Medina Viedas se había desempeñado como rector de la Universidad
Autónoma de Sinaloa, había sido un militante destacado en la arena política
local y nacional y era un personaje de los medios. Eso fue lo que recordé
cuando me encontré en la cafetería de la Hemeroteca Nacional a Gilberto Guevara
Niebla y me dijo: “te anda buscando Jorge Medina”.
Sin saber bien
a bien para qué o porqué me quería localizar Jorge Medina y tal vez porque fue
inocultable mi extrañeza, Guevara añadió: “sí, te está buscando a ti y a los
del Seminario de Educación Superior, porque está con lo de un suplemento de educación
superior”. Eso fue hace 16 años y eran los inicios de Campus.
En esa época
el Seminario de Educación Superior de la UNAM tenía poco tiempo de sesionar
periódicamente, yo colaboraba mensualmente en la revista Educación 2001 que dirigía Gilberto Guevara y también en el
Observatorio Ciudadano de la Educación que publicaba sus comunicados en La Jornada. Desde luego, la creación de
un suplemento especializado en educación superior resultaba sumamente oportuno
e imprescindible, a la vista de la expansión del sistema, las novedades que
había traído consigo el cambio de siglo, la alternancia que estaba en marcha
–el autodenominado gobierno del cambio-- y el interés público que tenia el
nivel superior por sus problemas de calidad. El suplemento fue una iniciativa
que solamente pudo pensar y llevar a cabo Jorge Medina.
Después de
todo, en el comienzo del siglo se estaba poniendo en marcha diferentes
políticas y creando nuevas instituciones. Fue una sorpresa la creación de la
Universidad de la Ciudad de México –actualmente autónoma--, aprobada por
decreto en enero del 2001 por el entonces jefe de gobierno y ahora presidente
de la República Andrés Manuel López Obrador. Una cierta premura animó la idea
de que comenzara a funcionar en el ciclo escolar de ese año, aunque el proyecto
no estuviera concluido ni se conocieran los detalles, más o menos como ahora ocurre
con la iniciativa de crear 100 universidades. De hecho, también comparten el
mismo diagnóstico grueso: los jóvenes no son aceptados en las instituciones
existentes y éstas no se localizan en donde más se les necesita.
Igualmente, en
el 2001 se puso en marcha la Universidad Politécnica de San Luis Potosí, la
primera universidad de su tipo que incluía algunos rasgos novedosos: una planta
de personal académico de tiempo completo, profesores con estudios de posgrado y
un modelo educativo centrado en el aprendizaje. A esa universidad le siguió, un
año después, la Universidad Politécnica de Aguascalientes (UPA) y luego otras
más, hasta integrar casi una veintena en lo que ahora se conoce como el
subsistema de universidades politécnicas.
Otro
subsistema educativo que inició casi con el nacimiento de Campus fue el de las universidades públicas interculturales. Un
modelo de menor tamaño, en comparación con el de las politécnicas y
tecnológicas, que hizo eco a las preocupaciones mundiales sobre la
interculturalidad, debate instalado en Europa desde los años ochenta, en
América del Norte desde los setenta y en México al final de los años noventa,
espoleado por la rebelión zapatista. Las universidades interculturales se
presentaron como una opción educativa instaurada en regiones con un alto
volumen de población indígena, aunque captaron fundamentalmente estudiantes
indígenas y parecieron reproducir el principio de multiculturalidad, más que la
interculturalidad.
En fin, en el
primer encuentro que tuve con Jorge Medina me sorprendió su conocimiento del sistema
de educación superior, los detalles históricos que tenía sobre el desenvolvimiento
de la universidad pública y su preocupación por los problemas universitarios. No
era fortuito. Él venía de esas luchas, de los movimientos estudiantiles
comunistas de los años sesenta y setenta, conocía de primera mano los
conflictos de las universidades de Puebla, Guerrero y, por supuesto, de
Sinaloa. De ahí datan sus primeros libros: “Universidad, política y sociedad” y
“La universidad amenazada”, a los que siguieron muchos más.
Jorge tenía
las frases y los autores marcados con tinta indeleble en el vasto almacén de su
memoria. En las reuniones periódicas que sostuvimos los integrantes de Campus, fueran de trabajo o
esparcimiento, y llegaban a confundirse, él podía evocar casi exactamente lo
que estaba escrito en tal o cual libro o lo que había dicho determinado
personaje, fuera un clásico, contemporáneo o una auténtica novedad, proveniente
de la historia, la política, la filosofía, la literatura o la economía. Seguramente
por eso su pluma era ágil, certera, punzante y amena, lo fue tanto en el
periodismo como en la educación. Y sí, los medios y la educación fueron parte
medular de sus actividades profesionales y políticas de los últimos treinta
años, como él mismo lo dijo en su libro más reciente (Pasión crítica por la universidad. La autonomía y otras luchas).
La generosidad
de Jorge Medina era admirable, también su sagacidad política y sentido del
humor que podía reírse hasta de sí mismo. Un verdadero gusto las reuniones con
el director y amigo. La verdad es que sí lo extrañaré, y mucho.
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