Una buena
parte de los esfuerzos del Estado mexicano en el siglo XX, y particularmente en
las últimas tres o cuatro décadas, se concentraron en tratar de superar el
atraso educativo y ofrecer mayores oportunidades de acceso a la escuela. Ahora tiene
el reto de completar los pendientes en materia de acceso y además enfocarse en
la igualdad de resultados
Primero fue lo
básico a nivel nacional: superar el problema del analfabetismo, cuyo índice a
mediados del siglo XX casi alcanzaba a la mitad de la población. Después,
tratar de universalizar la educación primaria que para mediados de los años
setenta solamente alcanzaba al 85 por ciento de los niños en edad de cursarla.
Luego, vino el reto del ciclo completo de la educación básica, dado que a la
obligatoriedad de la primaria, se añadió también la educación secundaria en
1993 y el preescolar en el 2002.
A la par, con
la ampliación de los niveles previos, la educación media superior experimentó
un importante crecimiento (pasó de alrededor de 37 mil estudiantes a mediados
de siglo pasado a 3 millones al finalizar la centuria). La educación superior,
el nivel más alto, aunque también se expandió de forma notable, persistió, y
persiste, en su carácter relativamente elitista: tenía una cobertura de
alrededor del uno por ciento en 1950 y alcanzó el 20 por ciento para el final
del siglo.
Sin duda, el
desafío de hacer frente a la demanda educativa ha sido muy notable. Sobre todo
en un contexto de alto crecimiento demográfico (tasas de más del 3 por ciento
hasta fines de los años sesenta), de apertura y de cierta inestabilidad
económica que fue característica de las últimas tres décadas del siglo pasado.
El asunto es
que la preocupación se concentró fundamentalmente en la búsqueda de una
expansión cuantitativa del sistema educativo y solamente hasta fines de los
años ochenta se comenzó a reparar en los contrastes regionales y las profundas
inequidades educativas; también en los problemas de calidad del sistema. Desde
entonces se pusieron en marcha programas dirigidos a mejorar la infraestructura
del servicio educativo, la calificación de profesores, los materiales, la
gestión escolar o diferentes apoyos a los grupos vulnerables para facilitarles
la asistencia a la escuela. Los avances han sido significativos, pero
insuficientes.
A pesar del
énfasis en mejorar la oferta educativa y avanzar en la igualdad de acceso
escolar, actualmente, entrada la segunda década del siglo XXI, todavía debemos
añadirle el problema de igualdad en resultados. En el horizonte debe estar, además
de los problemas irresueltos de atención educativa, en todos los niveles y
especialmente en el superior, el de la calidad del sistema y los resultados en
aprovechamiento escolar.
Es un tanto
paradójico lo que ocurre en el sistema educativo: es alta y profundamente selectivo,
pero está en duda que proporcione las habilidades y capacidades que debiera
otorgar en los diferentes niveles. Un rasgo que exhibe el corte de la
desigualdad y los problemas de gestión e ineficiencia del sistema.
Por una parte,
los filtros que se despliegan a lo largo del recorrido escolar llevan a que
solamente una proporción mínima de los alumnos que se inscriben en la primaria,
alcance, en el tiempo previsto, el nivel superior. Los cálculos son variables,
pero solamente entre 11 y 14 de cada cien, lo lograrán; el resto cumplirá su
recorrido en un tiempo mayor o en definitiva abandonará la escuela. No es
fortuito que solamente tres de cada diez jóvenes en edad de cursar estudios
superiores esté en la escuela o que la cifra del rezago educativo (personas
mayores de 15 años que no completaron su enseñanza básica) sume actualmente poco
más de 30 millones de personas. Esta última cifra es un volumen casi
equivalente a la matrícula total del sistema educativo.
Por otra
parte, son frecuentes las quejas reiteradas acerca de los problemas en la
formación de los alumnos, en donde el nivel escolar más alto culpabiliza al
previo de que los alumnos no sean capaces de leer, escribir o argumentar
correctamente; el siguiente al anterior; y así hasta llegar a lo elemental. No
es solamente un problema de apreciación, las pruebas estandarizadas a gran
escala, con sus sesgos y dificultades, han dado muestras de las dificultades
con el dominio de conocimientos y la correspondiente falta de capacidades y habilidades.
Desde los años
setenta, la literatura ha destacado la importancia de la clase social y el
contexto familiar como determinantes de la trayectoria escolar y el acceso a
los niveles superiores. Las desigualdades sociales
previas como influencia y condición para el éxito o fracaso escolar que en no
pocas ocasiones la escuela vuelve a reproducir. El nivel de ingreso económico
como variable para el acceso escolar, el cual adquiere un mayor peso conforme
más alto el nivel educativo.
La dificultad
para el acceso escolar se ha tratado de remediar, principalmente, con el
otorgamiento de becas y, al mismo tiempo, con la extensión de la obligatoriedad
desde el preescolar hasta la media superior. La cobertura en preescolar y secundaria,
cuya universalización todavía no es un hecho a pesar de lo que dice la norma, muestran
los pendientes que todavía se deben atender, anticipan lo que podría ocurrir
con el nivel medio en el 2021 y la presión que habrá en la educación superior.
Además
de una atención acelerada a los déficits en materia de acceso en los niveles
obligatorios, el tema de la igualdad de resultados cobrará mayor importancia.
De hecho, ya la tiene. Las diferencias de logro escolar será objeto de un
escrutinio más escrupuloso, debido a las desigualdades en la conclusión
satisfactoria o accidentada de los estudios, el sector y tipo institucional del
que se trate, o las capacidades y habilidades adquiridas. Por tal motivo, en
ocasiones, resulta más significativo conocer
la institución donde se estudió que el nivel de estudios alcanzado; el mismo
título profesional refleja contenidos y aprendizajes muy diferentes según la
institución de donde se proviene.
El mérito, como principio esencial, parte del supuesto que el
esfuerzo individual y las cualidades son el el motor de ascenso para que los
individuos con mayores aptitudes y capacidades obtengan los puestos de mayor
relevancia y prestigio. Sin embargo, como indica François Dubet, una concepción
puramente meritocrática de la cultura escolar tiene una serie de problemas. La
escuela no es un espacio para la igualdad de oportunidades ni un espacio justo
de competencia. En todo caso, como se sostiene, si la igualdad de oportunidades
se subordina a la eficiencia y al mérito, no hacemos sino profundizar en la
meritocracia, pero no en la igualdad. En fin, serán tensiones que habrá que
resolver.
Hasta ahora, en el caso de la educación
superior, las iniciativas que se pondrán en marcha están centradas, nuevamente,
en avanzar en la igualdad de oportunidades de acceso. Se trata de los dos
compromisos anunciados en el Pacto por México de diciembre pasado: Uno, asegurar
los recursos presupuestales para incrementar la cobertura en al menos al 80 por
ciento en la educación media superior y
en 40 por ciento en la educación superior; otro, crear un programa nacional de
becas para los alumnos de esos dos niveles, el cual estará centrado en una
primera etapa en los alumnos provenientes de familias ubicadas en los cuatro
deciles con menores ingresos. Además, como parte de este último compromiso, se
planteó que habrá un programa piloto de “beca-salario” en tres entidades
federativas.
Los compromisos no tienen el nivel de detalle
que seguramente estará en el correspondiente programa sectorial. Pero, como se
puede advertir, las prioridades están en la misma línea de preocupación por el
acceso de las últimas décadas. Incluso es de apreciar la reducción operada en
los compromisos del Pacto, respecto de los compromisos que ofreció el entonces
candidato presidencial y ahora ejecutivo federal, Enrique Peña Nieto. Había
comprometido cobertura universal para la educación media superior e incrementar
al menos a 45 por ciento la cobertura en superior.
(Publicado en Campus Milenio No. 500. Febrero 28, 2013. p. 8)
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