Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99
(Publicado en Campus Milenio No. 755.
Mayo 24, 2018. Pág. 4)
“Se necesita
ser muy cínico para no conocer de Atlanta más que el lugar en donde vivía la
familia y para no visitar ni una sola vez los consulados o a los migrantes”, espetó
José Antonio Mead, el candidato presidencial de la coalición “Todos por México”, esto en el marco del segundo debate presidencial del 20 de mayo.
El
señalamiento era para Ricardo Anaya, el candidato de la coalición “Por México
al Frente”, cuya familia vivió en Atlanta, la ciudad estadounidense, cuando él
ocupaba cargos públicos entre 2016 y 2017. A su vez, el aludido respondió: “Hay
una cosa peor que los engaños y es la hipocresía. Van dos veces que se refieren
a Atlanta. Lo que no dice José Antonio Mead es que él se fue a estudiar a
Estados Unidos pagado por el gobierno mexicano y lo que tampoco dice López
Obrador es que su hijo estuvo estudiando en España. ¿Pues no que muy
nacionalista? Los dos son unos hipócritas”.
El segundo
debate tenía por tema “México en el Mundo”. Los subtemas eran: Comercio
exterior e inversión; seguridad fronteriza y combate al crimen transnacional; y
derechos de los migrantes. La educación no era objeto de discusión –eso será en
el tercer debate del mes próximo--; mucho menos lo eran los becarios en el
extranjero. Sin embargo, la posición sobre estudios en el extranjero o sobre la
educación pública no son un asunto menor, sobre todo si el tema era “México en
el Mundo” y si el nuevo gobierno, independientemente de quien sea el ganador,
estará obligado a presentar propuestas claras y precisas.
Desde luego,
se entiende que las acusaciones entre candidatos, acerca de vivir o estudiar en
el extranjero no son equivalentes y que se realizan en el contexto de una
contienda electoral, en la búsqueda por ganar adeptos y como parte del
espectáculo mediático de los enfrentamientos políticos entre candidatos. No
obstante, revelan el talante de los contendientes y algo de lo que subyace a
las posiciones públicas de los políticos.
¿No debieran becarse
a los jóvenes para estudiar en el extranjero? Desde luego que sí. De hecho,
desde la fundación de Conacyt, al comienzo de los años setenta, el principal
apoyo fue para los estudios de posgrado en el extranjero. Esto es, del total de
becas otorgadas, tres de cada cinco, eran para estudios en el extranjero.
Claro, en ese entonces, la población total de posgrado apenas sobrepasaba los
seis mil estudiantes y los becarios de Conacyt era de poco más de medio millar.
Actualmente,
la proporción se ha invertido completamente, un número muy reducida de apoyos es
para estudios en el extranjero. En el ciclo escolar más reciente, la matrícula
total de posgrado es de casi 239 mil estudiantes –se multiplicó por un factor
de 39 entre 1970 y 2017--, Conacyt reportó casi 59 mil becas (vigentes y
nuevas; nacionales y al extranjero) y de ese total, solamente poco más de
cuatro mil fueron para el extranjero. Esto es, el 7 por ciento del total de
becas.
La razón de
este viraje en la política de apoyos, ha dicho el gobierno mexicano, es que,
antes, los posgrados nacionales no tenían la calidad suficiente para ofrecer
una formación relevante y ahora, después de instaurar el Padrón Nacional de
Posgrados, existe un número importante y variado de programas de posgrado
acreditados por los cuales optar.
Otro cambio
relevante es que, anteriormente, las becas al extranjero eran para cursar un
posgrado completo y actualmente se ha sustitutito por estancias cortas, de uno
o dos meses, o bien de un semestre escolar. Y no solamente para cursar una
asignatura, también para estudiar un idioma, principalmente inglés.
Entonces, ¿debiera o no becarse para estudios
en el extranjero? Sí. Incluso, desde que el discurso sobre la sociedad del
conocimiento se instauró en los planes nacionales de desarrollo y la
internacionalización formó parte de las agendas de las instituciones de
educación superior, la movilidad de estudiantes y académicos apareció como una
de las prioridades. Por cierto, el tema del segundo debate era “México en el
Mundo”, pero casi en su totalidad se centró en los migrantes y en buena medida
en la relación con los Estados Unidos.
El problema,
sin embargo, es que las becas de
posgrado (nacionales o para el extranjero), como el ingreso a la educación
superior y como casi todo en México, se corta por el tema de la desigualdad.
Las oportunidades no son para todos ni se distribuyen de la misma forma. Actualmente
es menor, pero las becas de este nivel se han concentrado regionalmente y para
los sectores más privilegiados. Desde los años noventa se ha documentado que
los encargados de la educación pública envían a sus hijos a las escuelas
privadas e incluso les puede ser más redituable enviarlos al extranjero.
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