viernes, 15 de diciembre de 2017

Patentes en las universidades. ¿Negocio fallido?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 735. Diciembre 14, 2017. Pág. 5)

El Instituto Tecnológico de Massachusetts (ITM) es una institución educativa privada, altamente prestigiada, orientada a la investigación y una de las más sobresalientes en el amplio conjunto de universidades de los Estados Unidos. Generalmente, en las clasificaciones, siempre aparece en los primeros lugares y se le identifica por sus reconocidos programas de ciencia e inginiería.

Desde mediados del siglo pasado, el ITM ha venido ampliando su oferta de formación a las humanidades, las artes y las ciencias sociales. No obstante, su mayor recnocimiento se funda en su escuela de ingeniería, el énfasis en la tecnología y su inclinación por la cutura empresarial. Por la misma razón, es la institución insignia de la innovación tecnológica y de vinculación con el sector productivo.

En tales condiciones, cabría esperar que los ingresos monetarios del ITM, como el de otras universidades de características similares, tuviera su base en la comercialización del conocimiento vía las patentes. No obstante, una entrevista relativamente reciente con la inginiera Lita Nelsen, la persona que estuvo a cargo de la oficina de transferencia de tecnología del ITM por 25 años y dejó la posición el año pasado, reveló que los ingresos por concepto de patentes para ese Instituto no representan más del 4 por ciento de su presupuesto total (“¿De qué vive el MIT. Una de las mejores universidades del mundo?”. El País 04.12.2017).

En opinión de Nelsen, ese porcentaje de 4 por ciento es, más o menos, la misma participación relativa que tiene por concepto de patentes casi cualquier institución académica. Así que la mayor parte de los ingresos de ITM, dijo, proviene de las cuotas que pagan los estudiantes, las donaciones privadas y el financiamiento público para proyectos de investigación. No, no son las ganancias que dejan las patentes.

Además, dijo Nelsen, “Desde su fundación, el MTI (por sus siglas en inglés) nunca espero hacer dinero con las patentes”. En el artículo de referencia, también se indica que 1980, en los Estados Unidos, se aprobó una ley que permitió que los centros de investigación pudieran patentar los inventos que habían desarrollado con fondos públicos.

Tal vez no hace falta decirlo, pero estamos hablando de una de las instituciones tecnológicas más emblemáticas y sí, presenta un estrecho margen de ganancia por patentes. También hablamos del país con el mayor volumen de solicitud de patentes que estableció una regulación especial hace más de 30 años.

En las estadísticas internacionales sobre patentes para 2016, de un total de 233 mil solicitudes por país de origen, Estados Unidos ocupó el primer lugar con poco más de 56 mil (24 por ciento), seguido de Japón con más de 45 mil (19 por ciento) y luego China con 43 mil (18.5 por ciento). Aunque la situación podría cambiar en poco tiempo. Es probable que Estados Unidos pierda la primera posición, sostenida durante años, debido al consistente crecimiento de solicitudes que ha mostrado China.

Pero ¿qué ocurre en el caso de México? La situación y los números están bastante alejados de los que hemos anotado. Las solicitudes de patentes estimadas para este año suman 8 mil 817 y menos de la mitad serán concedidas. Además, de las 4 mil 200 patentes que presuntamente se concederán, solamente 214 serán para nacionales y el resto para extranjeros (95 por ciento).

En cuanto a la normatividad para regular y permitir la transferencia tecnológica en las instituciones educativas, la primera modificación importante fue en 1999 con un capítulo sobre vinculación con el sector productivo en la entonces ley para el fomento de la actividad científica. Luego, en el 2002, con otra modificación para que los centros públicos de investigación pudieran promover asociaciones, alianzas, consorcios o nuevas empresas privadas de base tecnológica.

En el 2006 y 2009 se ajustó nuevamente la ley para establecer porcentajes de regalías por la comercialización de los derechos de propiedad intelectual e industrial en los centros públicos de investigación. Más exactamente, fue hace dos años, en diciembre del 2015, cuando se amplió el rango de instituciones y nuevamente se modificó la ley. Ahí se incluyó a las instituciones educativas, a las entidades de las administración pública y se volvió a ajustar el porcentaje de participación en las ganancias.

Según las estadísticas del 2017 (enero-septiembre) del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, en el caso nacional, los principales titulares de patentes son: UNAM (37); Cinvestav (l7); Téc de Monterrey (15) y Poli (12). Faltaría ver el volumen acumulado y las características de las patentes pero, como se puede advertir, los números son sumamente modestos.

Si el ingreso monetario a través de las patentes no es muy significativo, incluso para el ITM, lo más probable es que sea todavía menos para las instituciones arriba mencionadas. Así que valdría la pena buscar en otra parte el motor que anima a las instituciones universitarias a buscar el registro de patentes y también a precisar el papel que están desempeñando las estructuras institucionales que fueron creadas para tal propósito.

UNAM. Las estructuras institucionales de la internacionalización

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio. No. 734. Diciembre 7, 2017. Pág. 5)

La internacionalización de la educación superior no es un tema reciente, pero ciertamente su intensidad sí lo es, especialmente a partir de los años 2000. En México, desde mediados de los años noventa, alentada por la apertura económica y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, comenzó a ser objeto de interés en el terreno de la política pública. En ese entonces, se instauró el Programa para la Movilidad de la Educación Superior (Promesan), como un mecanismo de cooperación educativa entre los países firmantes del acuerdo; después le han seguido muchos otros programas y con diferentes regiones.

Sin embargo, el impulso a la internacionalización ha corrido también, y tal vez en mayor medida, por cuenta de las políticas de las propias instituciones y sus propuestas para incorporar esa dimensión en su su oferta de estudios (P.e. Mónica Camacho Lizárraga. Internacionalización en la educación superior. Práctica y estudio en constante evolución vista desde un estudio de caso. Anuies. 2017).

La UNAM, la institución nacional emblemática, tiene un largo recorrido en el terreno de la internacionalización. Aunque fundamentalmente se trataba de esa internacionalización considerada tradicional, la que han practicado casi desde siempre instituciones prestigiosas que incluían perspectivas transculturales en sus programas de estudio, internacionalización del curriculum, enseñanza de lenguas extranjeras, intercambios académicos, experiencias de estudio y estancias de investigación fuera del país, entre otros aspectos (Philip Altbach).

No obstante, la reciente intensidad de la internacionalización ha mudado las formas de atención institucional. En el caso de la UNAM, no es fortuita su presencia en media docena de países, desde Canadá, Costa Rica y Estados Unidos hasta China, Francia o España; ni la docena de sedes que sostiene en esas naciones (seis de ellas en Estados Unidos). Tampoco el establecimeinto de la doble titulación con algunas isntituciones internacionales o la intensa movilidad e intercambio académico que sostienen profesores, investigadores y alumnos con múltiples regiones en el mundo.

Un cambio que también se ha eflejado en sus estructuras internas. Al comienzo de la década actual, la UNAM creó el Consejo de Cooperación e Internacionalización, así como la Dirección General de Cooperación e Internacionalización. En ese entonces, según disponía el acuerdo de creación, el Consejo estaria integrado por casi todos los directivos de las principales dependencias universitarias (Gaceta UNAM. 29.09.2009: 18).

Por ejemplo, estaría encabezado por el rector y serían miembros los titulares de: Secretaría General; Secetaría de Desarrollo Institucional; Dirección General de Cooperación e Internacionalización; las cuatro coordinaciones (Humanidades; Investigación Científica; Difusión Cultural; Innovación y Desarrollo; y Planeación). El Consejo tenía asignada la responsabilidad de determinar los acuerdos de cooperación internacional, la estrategia anual de internacionalización y el establecimeinto de los lineamientos en la materia, entre otras funciones.

Al final del 2015, como parte de una reestructuración administrativa mayor, la Dirección General de Cooperación e Internacionalización que dependía de la Secretaría General, pasó a formar parte de la Secretaría de Desarrollo Institucional (Gaceta UNAM. 30.11.2015). Esta última, desde entonces, estableció la Coordinación de Relaciones y Asuntos Internacionales, como principal responsable de estos asuntos, a la cual quedó adscrita la anterior Dirección General de Cooperación e Internacionalización y el Centro de Enseñanza para Extranjeros.

A la par, la misma UNAM, en su campus principal, ha destinado un espacio para albergar a diferentes instituciones académicas internacionales con las cuales sostiene una mayor cooperación. Es la Unidad Internacional de Sedes Universitarias, en la cual tienen una oficina instituciones francesas como el IRD o la Sorbona, la Universidad de Salamanca o universidades estadounidenses como la de Arizona, la de Washignton o la Estatal de California (Northridge).

El espacio más reciente es de la Universidad de Texas (Austin) y ahora ya suman nueve instituciones. De hecho, el mes pasado, el presidente de la universidad estadounidense, Gregory L. Fenves, junto con el rector Enrique Graue, inauguraron la oficina correspondiente (Boletín UNAM No. 763).

De acuerdo a las cifras de la Dirección de Cooperación e Internacionalización, la UNAM tiene poco más de un millar de convenios firmados y el número de solicitudes para movilidad de estudiantes (la vertiente más conocida de la internacionalización) se ha desplazado crecientemente. Por ejemplo, entre el 2012 y 2016 las solicitudes pasaron de mil a tres mil y tienen previsto  que para el final de este año se habrá respaldado la movilidad de unos mil 400 estudiantes (Gaceta UNAM. 4,898).

En fin, posteriormente examinaremos con mayor detalle las cifras y los resultados que han arrojado las respuestas de la institución. Lo que ahora se advierte es que, aparte de las políticas públicas, la dimensión internacional corre por cuenta de las estructuras institucionales y su capacidad para articular propuestas

jueves, 30 de noviembre de 2017

Impulso perdido. ¿Y la Conferencia Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 733. Noviembre 30, 2017. Pág. 5)

Hace 15 años, una de las novedades de la reforma a la ley sectorial, entre muchas otras, fue la creación de la Conferencia Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (CNCTI).  No, no se trataba de poner en marcha y celebrar un encuentro de naturaleza académica de un grupo de expertos. Fue la instauración de una instancia de coordinación entre Conacyt y las entidades federativas para impulsar la descentralización.

En el 2002, cuando se aprobó la ley correspondiente, la concentración regional e institucional de las actividades científicas y tecnológicas era mayor a la que hoy se sigue apreciando. Además, en esa fecha no todas las entidades federativas contaban con un organismo similar al Conacyt y a escala de su territorio. Así que parecía una buena idea crear un organismo para acelerar la descentralización.

Según la ley, la Conferencia es una instancia permanente de “coordinación institucional entre el Conacyt y las dependencias o entidades de los gobiernos de las entidades federativas competentes en materia de fomento a la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación” (artículo 31). Claro, la pertenencia era solamente si acepaban la invitación de Conacyt.

Las funciones reservadas a la CNCTI eran sobre todo para la definición de políticas y programas. Por ejemplo, para la elaboración del programa sectorial y muy especialmente para respaldar la “descentralización territorial e institucional de los instrumentos de apoyo a las actividades científicas y tecnológicas”, el tipo de funciones en las cuales los gobiernos estatales podían colaborar operativamente e incluso propuestas de modificación normativa.

Desde el comienzo, la ley otorgó la responsabilidad al director del Conacyt de proponer al pleno de la Conferencia las bases de su funcionamiento. Adicionalmente, la misma norma estableció la periodicidad con la que debía sesionar: “por lo menos cada seis meses en la entidad federativa que para cada sesión se determine”.

Sin embargo, como ocurrió con otras instancias, una cosa es lo que dice la ley y otra es lo que sucede con la gestión de los asuntos públicos. Al comienzo, la CNCTI funcionó relativamente apegada a su encomienda y a lo que marcaba la ley. Fue un instrumento relevante para lograr que todas las entidades federativas contaran con un consejo estatal, o instancia equivalente, responsable de las actividades científicas y tecnológicas.

También desempeñó una labor de asesoría importante para que los estados contaran con una normatividad para regular las actividades científicas y tecnológicas, por eso se puede apreciar cierta similitud en lo que establece el marco normativo de los organismos de un buen número de entidades federativas. Otro tanto hizo para que los asuntos del sector también formaran parte de las discusiones y acuerdos de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago). Ahí se creó la comisión de ciencia y tecnología.

No obstante, tal parece que con los logros anteriores, completados al comienzo de la década actual, la actividad de la Conferencia llegó a su punto de inflexión y desde entonces se ha convertido en un organismo prescindible. Entonces: ¿quiere decir que ya tenemos un sistema más homogéneo y equilibrado?

La concentración regional e institucional de las actividades ya no es tan alta, como lo era hace dos o tres décadas. Pero definitivamente todavía tenemos un sistema muy desigual en sus capacidades y desarrollo, con grandes asimetrías y problemas muy diferentes según las regiones.

Sin embargo, ni antes ni ahora, la Conferencia ha funcionado conforme lo previsto. Las sesiones que debía celebrar no las realiza completamente y el propósito a cumplir parece que solamente necesita de su mínima intervención. En esta administración, sí fue consultada la Conferencia para la elaboración del programa sectorial, ocurrió en su primera sesión del 2013.

Luego, vino lo que pareció lo más sobresaliente: la elaboración de las Agendas Estatales y Regionales de Innovación. Un documento relativamente breve para cada una de las 32 entidades que, se supone, les facilitaría la definición de sus prioridades sectoriales, en función de sus capacidades específicas y sus inclinaciones y vocaciones económicas. Al parecer, solamente en algunos estados tuvo utilidad y una buena recepción.

Después, la CNCTI, en su sesión del 2015, solamente habló la importancia de las oportunidades de colaboración entre los consejos estatales y otras instituciones de educación internacionales. Por último, vinieron algunas sesiones de la comisión de ciencia y tecnología de la Conago. Y nada más.

El programa sectorial de esta administración reconoció la importancia de una mayor descentralización de las actividades científicas y tecnológicas. De hecho, uno de sus objetivos fue impulsar “el desarrollo de las vocaciones y capacidades de CTI locales, para fortalecer el desarrollo regional sustentable e incluyente”.

Las acciones y los instrumentos para lograrlo, sin embargo, no han sido suficientes.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Ciencia y tecnología. Las propuestas de los gobernados en tiempos electorales

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 732. Noviembre 23, 2017. Pág. 4)

En México, las cosas han mutado relativamente rápido desde la víspera de los años 2000. Actualmente, en tiempos electorales, las propuestas de una persona o una institución no son las más visibles ni las más atendidas, son más bien aquellas que logran articular las demandas de un sector o precisar su problema público más importante. La agenda de ciencia y tecnología es ilustrativa. Sin embargo, posterior a las elecciones, si logran aparecer en la agenda de gobierno, no son las que tienen los resultados más favorables.

Hasta antes de los años 2000, en meses previos a las elecciones, o incluso posteriores, las solicitudes de los gobernados se formulaban principalmente en un encuentro entre élites. De un lado, los titulares de un sector, del otro lado, el casi seguro candidato electo o sus representantes. Ahí se producían las desilusiones o se confiaba en lo por venir de las promesas. De todas formas, después, siempre quedaba la alternativa de participar en la elaboración del programa de gobierno.

Las campañas electorales eran fundamentalmente un conjunto de actos masivos, de reuniones de cuerpo presente entre el candidato y diferentes sectores. El éxito de la operación se medía por el número de encuentros en toda la geografía del territorio nacional y por el volumen de asistentes; también por el ruido ensordecedor que provocaban los simpatizantes, la resonancia (o ausencia) de la oratoria del candidato y las infaltables promesas de campaña.

Después de la alternancia en el gobierno federal y el grado de incertidumbre que se ha introducido en las elecciones, los encuentros entre élites se siguen y se seguirán produciendo, pero su peso relativo para encauzar las solicitudes de los gobernados, aparentemente, ya no es el mismo. Hoy precisan de ampliar el espectro de sectores e incorporar a un mayor número de participantes.

El encuentro presencial de los actos de campaña sigue teniendo su importancia, pero ha sido desplazado creciente y de forma decisiva por lo que dicen o lo que tiene resonancia en los medios de comunicación y en las redes sociales. No es suficiente llenar con miles la plazas públicas. No son para nada fortuitas las dificultades para regular la presencia de líderes en los medios y el abultado presupuesto para difusión. Las elecciones se ganan o se pierden en las pantallas, dicen.

Si el proceso de elaboración del programa de gobierno se ha cerrado en las últimas dos administraciones, la oportunidad de influir en la composición de la agenda de gobierno se ha trasladado al periodo previo a las elecciones. Y, precisamente, en ese lapso estamos. Así que en los meses próximos, hasta poco antes de las elecciones, se intensificaran las voces y la deliberación pública para demandar soluciones a los problemas sectoriales.

Lo inquietante es que los partidos políticos, organismos de interés público que debieran promover la participación ciudadana, se han revelado como entidades incapaces o insuficientes para canalizar o representar las demandas de los ciudadanos. En estas circunstancias, cada vez ha sido más evidente la formulación directa de propuestas por parte de instituciones y sectores.

No solamente múltiples propuestas corren por fuera de los partidos políticos, lo hacen de forma colectiva. De hecho, cada vez menos, las instituciones buscan actuar de forma independiente. Por el contrario, se articulan en bloques y en organización de organizaciones para mayor presión y efectividad. Así ocurrió en el sector educativo y en el de ciencia y tecnología.

Tal vez usted recordará que en las elecciones del 2012, el entonces rector de la UNAM, José Narro Robles, hoy secretario de Salud, en conjunto con otras instituciones convocó a la elaboración de una “Agenda nacional en ciencia, tecnología e innovación”. Participaron más de medio centenar de instituciones, entre ellas, centros de investigación, asociaciones, universidades, academias, organizaciones empresariales e incluso dependencias gubernamentales.

Al final, elaboraron un documento conjunto (Hacia una Agenda Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación), cuyo principal objetivo estratégico era: “Hacer del conocimiento y la innovación una palanca fundamental para el crecimiento económico sustentable de México...”

En el documento se plasmaron lo que debían ser las líneas para una política de Estado, lo que incluía, entre otros aspectos, considerar a la ciencia como prioridad nacional, atender los problemas nacionales, expandir el sistema nacional de ciencia y tecnología, así como asegurar la gobernanza del sistema y cumplir lo que dice la ley en materia de financiamiento. Y sí, la mayoría de esos puntos quedaron en el programa de gobierno. Un avance sustantivo. Pero al día de hoy, con los resultados a la vista, parece que no fue suficiente.

Ahora, nuevamente, el rector de la UNAM, Enrique Graue, convoca a otras tantas organizaciones a  un ejercicio similar al anterior: “Hacia la Consolidación y Desarrollo de Políticas Públicas en Ciencia, Tecnología e Innovación” (Boletín UNAM 766. 17.11.2017). ¿Será suficiente la consolidación o qué hará falta? Ya veremos.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Ciencia y tecnología. Los diputados incrementan los recursos

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 731. Noviembre 16, 2017. Pág. 6)

Los diputados tenían hasta el día 15 de este mes para aprobar el presupuesto del año próximo. Pero no, con una inusual anticipación que todavía no se sabe bien a bien a qué se debe, el Presupuesto de Egresos de la Federación (Pef) quedó listo el viernes 10 por la madrugada.

Es más, los señores diputados ni siquiera tuvieron que hacer uso del reloj parlamentario, ese que les permite añadir el tiempo que sea necesario a un mismo día, no importa si sobrepasa las 24 horas. Faltaba más. Eso sí, la jornada legislativa fue larga, de poco más de 10 horas. Claro, nada que no se compensara con un largo descanso previo, otro posterior y la previsión presupuestal para un gordo bono de despedida. Nada. Así es la ingrata vida del legislador y encima de todo la incomprensión y hostigamiento de los representados (¿Les suena de algo?)

El asunto es que los diputados aprobaron el Pef para el año próximo y una de las novedades es el incremento de recursos para ciencia y tecnología. Tiene su importancia. Después de todo, en este sexenio, por primera vez, los legisladores modifican al alza en magnitud considerable la propuesta que les remitió el gobierno federal para el sector científico y tecnológico. Además, este es el presupuesto de cierre de esta administración, quedará como punto de referencia para valorar el esfuerzo realizado en el periodo.

El proyecto de presupuesto que envió Hacienda consideraba para ciencia y tecnología un total de 90 mil 826 millones de pesos, en cifras redondas y considerando los ingresos propios de las dependencias. A esa propuesta los diputados le añadieron poco más de un mil 126 millones de pesos, para alcanzar un total de 91 mil 952 millones de pesos.

¿La cantidad adicional es tan sustantiva que permitirá alcanzar la meta del 1 por ciento del PIB para ciencia y tecnología? No, en forma alguna. De hecho, la estimación oficial de 0.50 por ciento para este año, permanecerá de la misma forma para el 2018 o, si al caso, variará una centésima de punto porcentual.

Sin embargo, vale la pena notar que la cámara de diputados, en los años anteriores de este sexenio, el mayor volumen de recursos otorgado como incremento pra el sector, apenas sobrepasó los 60 millones de pesos. Así que, comparado con los más de mil millones de ahora, sí se advierte una modificación importante.

En la argumentación del dictamen, el diputado del PRI, Charbel Jorge Estefan, presidente de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública, dijo en la tribuna: “México necesita de un sector educativo y de estudiantes investigadores de calidad. Por lo cual se proponen los recursos destinados a educación, ciencia y tecnología, con un aumento de 6 mil 176 millones de pesos y a su vez un incremento en el presupuesto de cultura por mil 200 millones de pesos” (versión estenográfica. 09.11.2017).

Entonces, ¿qué rubros del presupuesto de ciencia y tecnología se incrementaron? Un misterio las negociaciones para decidir qué dependencias serán beneficiadas y la aplicación de los recursos. En este caso, Sagarpa fue la entidad que al parecer tuvo el mayor incremento con casi 400 millones de pesos. Sin embargo, tomemos con reserva esa cifra; tal vez sea ligeramente menor a lo que se dice, debido a que la suma de ingresos propios y recursos fiscales que recibirá, la que aparece en el Anexo B, no es correcta (pág. 14).

El Conacyt, con un aumento de 300 millones de pesos en su gasto central, no mostrará gran  diferencia en su presupuesto total y en las acciones que tiene en marcha, pero es otra de las entidades que fueron beneficiadas. Luego están las previsiones salariales y económicas con 226 millones de pesos más.

A la Sep le añadieron 146 millones de pesos. En particular, el incremento será canalizado para la UNAM (106 millones de pesos adicionales) y para la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (40 millones). Por otra parte, como lo hicimos notar hace un par de semanas, en este periodo, la participación relativa de la Sep, en el gasto total de ciencia y tecnología, se equiparó al que ejerce Conacyt. Por último Energía recibirá 60 millones de pesos más.

En fin, el contrapeso de los diputados llega tarde y es insuficiente para cumplir lo que dice la ley que ellos mismos aprobaron. Claro, un aumento siempre será mejor que nada.

PRESUPUESTO 2018 PARA EL SECTOR CIENTÍFICO Y TECNOLÓGICO

Proyecto 2018*
Dictamen 2018*
Diferencia
Gobernación
81,974,733
81,974,733
0
SRE
5,300,000
5,300,000
0
Sagarpa
8,512,048,566
8,908,248,566
396,200,000
SCT
208,388,845
208,388,845
0
Economía
1,428,736,638
1,428,736,638
0
SEP
31,518,277,109
31,664,277,109
146,000,000
Salud
6,730,364,227
6,730,364,227
0
Marina
15,000,000
15,000,000
0
Semarnat
686,025,006
686,025,006
0
PGR
188,253,491
188,253,491
0
Energía
6,919,247,244
6,979,247,244
60,000,000
Turismo
20,397,588
20,397,588
0
Conacyt
30,791,272,967
31,091,272,967
300,000,000
Cultura
156,052,655
156,052,655
0
ISSSTE
101,299,796
101,299,796
0
IMSS
718,539,898
718,539,898
0
Previsiones Salariales y económicas
2,745,000,000
2,969,169,400
224,169,400




Total
90,826,178,763
91,952,548,163
1,126,369,400
*Incluye recursos propios
Fuente: Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación 2018 y Gaceta Parlamentaria, año
             XX, número 4903. 09.11.2017. Anexo B.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Ciencia y Tecnología. Naufragio de una promesa

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99
(Publicado en Campus Milenio No. 730. Noviembre 9, 2017. Págs. 8-9)

En términos prácticos, el tiempo de los planes y los propósitos de esta administración ya fue. Este último año será para librar de la mejor forma el huracán electoral, categoría cinco, que ya está aquí y, tal vez, hacer algún acto de prestidigitación con los números de un presupuesto sumamente austero que deberá quedar aprobado la semana próxima.

Este gabinete será juzgado por las cuentas que entregue al terminar su ejercicio, pero sobre todo por lo que hizo o dejó de hacer en los primeros años, cuando tenía los instrumentos a su disposición y las capacidades plenas. En el caso del sector científico y tecnológico, no tiene caso machacar que se incumplirá la meta de alcanzar el 1 por ciento respecto al PIB, a pesar de que está firmada por el presidente Enrique Peña Nieto y figuró como la prioridad indeleble de esta administración.

A estas alturas, ya nadie duda que el presupuesto para ciencia y tecnología seguirá como aspiración de una ley que no se cumple y un inventario de buenos deseos que se repite desde hace más de treinta años. Aunque no todo se circunscribe al asunto de los dineros. El ejecutivo federal y las autoridades del sector, en su momento, desbordaron optimismo, formularon un programa y pusieron en marcha diferentes acciones, así que ese es otro ángulo del desempeño. Desafortunadamente tampoco es mejor.

Las expectativas iniciales
En los primeros días de enero de 2013, cuando apenas comenzaba el periodo de esta administración y estaba completándose el gabinete, en la ceremonia de toma de posesión del director de Conacyt, Enrique Cabrero, el presidente Peña Nieto, exultante explicaba porque decidió no crear una Secretaria de Ciencia y Tecnología: “Y, entonces, yo respondí, y aquí he sido congruente con lo que entonces comprometí. Dije: No se trata de generar mayor burocracia. Si de lo que se trata es darle un mayor espacio de relevancia e importancia para el Gobierno, el tener esta área dentro del gabinete, no es necesario que generemos mayor burocracia, hagamos mayor inversión”.

En la misma ceremonia, también estaba presente, Francisco Bolívar Zapata, como primer titular de la entonces recientemente creada Coordinación de Ciencia, Tecnología e Innovación, dependiente de la Oficina de la Presidencia, una instancia que presumiblemente daría cuenta del interés del ejecutivo federal y evitaría la expansión burocrática. Tampoco tiene sentido volver a reiterar que, después de cinco años, no logró ni lo uno ni lo otro.

El asunto es que desde el arranque mismo del periodo, en enero del 2013, en la toma de posesión del titular, antes de la elaboración del programa sectorial, sobre la base de un aumento en el presupuesto del orden del 18 por ciento respecto del año anterior, el presidente Peña Nieto le dio cinco instrucciones al nuevo director.

Por ejemplo, le dijo que en conjunto con Hacienda diseñara una hoja de ruta para que en el sexenio o en los siguientes 10 años, se pudiera “triplicar la inversión que hoy se hace en ciencia y tecnología”. Y aventuró los plazos: “llegar al 1 por ciento al término de esta administración y triplicarlo sería llegar al 1.2 por ciento, y creo que esto sería posible lograrlo en los próximos ocho o 10 años” (Versión estenográfica 03.01.2013). No fue en cinco años, tampoco en menos; no lo será en seis y tal vez ni en10.

La segunda instrucción fue diseñar políticas públicas diferenciadas para permitir el desarrollo científico y tecnológico local, considerando las capacidades y vocaciones de las entidades. La tercera fue que fortaleciera el SNI, esto es, que lo expandiera y apoyara a los grupos de investigación existentes. La cuarta instrucción fue crear, en conjunto con SEP y Economía, un verdadero Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Por último, EPN instruyó al director de Conacyt para que fortaleciera los mecanismos de vinculación entre el sector productivo y la academia.

Las instrucciones estaban claras, el principal punto de referencia era el nivel de inversión, pero, en conjunto, se suponía que integraban las coordenadas en las que se movilizaría esta administración. El horizonte era alentador. Además, el discurso del doctor Cabrero, en su toma de posesión, generó todavía más expectativas porque parecía tener un diagnóstico correcto y claridad en lo que se debía hacer.

Cabrero reconocía que los recursos financieros eran parte del problema pero lo más importante, sostenía, era que no se habían integrado los elementos del sistema en una normatividad adecuada y una política pública clara y eficaz. Puntualmente señaló: “No hemos logrado esta integración a causa de un entramado institucional rígido y burocratizado, que no ha permitido un adecuado sistema de incentivos en el sector”. Después de todo, lo decía un especialista en política pública y diseño institucional.

Un forzoso aterrizaje
Lo esperado era un vuelco en las normas, en el funcionamiento del sistema, en la estructura de incentivos, en la expansión de capacidades, en la consolidación del sistema, en la articulación de los elementos o la política en red. Eso era lo anunciado. Incluso, antes de que estuviera listo el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti) del periodo, el director de Conacyt, para avanzar en las instrucciones recibidas de EPN, anunció las principales iniciativas que pondría en marcha.

En noviembre de 2013, durante su participación en la LXIV asamblea general de la Anuies, el director Cabrero anunció que se fomentaría la investigación para atender los “grandes problemas nacionales”. También dijo que habría mayor inversión para el programa de estímulos a la innovación, una política diferenciada para las entidades e impulso a jóvenes investigadores (Comunicado 86/13).

Y sí, en el esbozo de medidas, tal vez la iniciativa que más sorprendió fue la novedad del programa “Cátedras para jóvenes investigadores”. Un programa que en el 2014 tomó forma y precisión: instituciones y jóvenes doctores concursaron por medio millar de nombramientos académicos de confianza, denominados cátedras Conacyt. Una nueva forma de acceso a la carrera académica para recién graduados, bajo un mecanismo de selección que diferenció temas, proyectos, retos y sectores institucionales. Los doctores fueron comisionados a instituciones públicas de investigación, pero Conacyt conservó el papel de patrón y los establecimientos de adscripción no guardan ninguna relación de tipo laboral con los noveles académicos.

Luego vino la publicación del programa sectorial, la puesta en marcha de otras iniciativas y tres años más de incremento presupuestal. Un aumento que permitió la puesta en marcha de las cátedras y un respaldo al trabajo de redes temáticas. Al final del 2013, CONACYT reportaba la existencia de 20 redes de investigación (9 de temas sociales y 11 de desarrollo tecnológico, vinculadas con el sector empresarial), en el que decía que trabajaron de forma asociada 3 mil 864 investigadores.

En los años siguientes el volumen de redes siguió creciendo hasta llegar a un total de 81 en este 2017 y ahí alcanzó su punto de inflexión. Conacyt, desde el año pasado, ya no reportó el número de investigadores participantes y en la convocatoria más reciente anotó que “dio preferencia a la continuidad de redes temáticas, más que a la formación de nuevas redes” (Quinto informe de gobierno, 2017: 416).

Otro tanto ocurrió con el Programa de Estímulos a la Investigación (Pei). Una iniciativa que desde el sexenio anterior sustituyó a los cuestionados incentivos fiscales. El programa vigente tiene como principal finalidad, apoyar los procesos de innovación en las empresas y alentar su relación con los Centros Públicos de Investigación y las instituciones de educación superior. El programa depende de los recursos anuales autorizados en el Presupuesto de Egresos de la Federación.

Sin embargo, desde el año pasado, EPN volvió a instruir al director de Conacyt para retornar a los incentivos fiscales. Y sí, en este año, ya están en operación. Según reportó Conacyt, recibió 162 solicitudes de más de un centenar de contribuyentes del ISR y la suma es muy significativa: 4 mil 734 millones de pesos. Lo sorprendente es que la norma estableció que el monto de incentivos fiscales a distribuir no podría ser mayor a un mil 500 millones de pesos ni sobrepasar los 50 millones por contribuyente.

Una iniciativa más que también está en la idea de vincular a instituciones académicas y empresas, es la convocatoria de Proyectos de Desarrollo Científico para Atención de Problemas Nacionales, centrada en siete temas de indagación. Lo mismo que la reorganización de los Centros Públicos de Investigación para trabajar como consorcios que atiendan temas regionales y el respaldo para los laboratorios nacionales.

En fin, los programas anteriores constituyen la parte medular del periodo, pero ¿cumplen las expectativas, atienden las instrucciones de EPN y representan un cambio notable en la conducción e integración del sistema científico y tecnológico? No, desafortunadamente no es así. Ni por el lado de una inversión sostenida, tampoco por la expansión y menos por el de diseño institucional.

La inversión creció significativamente en los primeros tres años, nada más. La expansión de capacidades no creció como parecía que ocurriría: el número de miembros del SNI siguió la misma tendencia inercial que venía presentando; el volumen de becas más que se duplicó en el periodo anterior, en éste perdió ritmo y solamente aumentó un 30 por ciento; y el programa de Cátedras Conacyt para jóvenes investigadores disminuyó al segundo año.

Las iniciativas para alentar el desarrollo local, atender los problemas nacionales o para propiciar el vínculo entre el sector productivo y la academia, están muy localizados, todavía no son evidentes sus bondades y no hay ninguna garantía de que pudieran sostenerse más allá de este periodo. De hecho, no hay un cambio normativo en la estructura de incentivos que permita suponer lo contrario.

Además las iniciativas para fortalecer el vínculo entre academia y sector productivo han resultado muy frágiles, también aquellas que buscan alentar la participación del sector privado en la inversión del sector científico y tecnológico, las mismas autoridades gubernamentales han señalado el desinterés de los empresarios como causal del bajo nivel de inversión.

Tal vez desde la modificación del marco normativo de 1999 y el posterior ajuste del 2002, no se ha producido un cambio notable en la conducción y reorganización del sistema. Ni mencionar la eficacia y eficiencia en la operación del sistema y toda su cauda de trámites cotidianos y funcionamiento de programas. Así que hoy estamos, una vez más, ante el naufragio de otra promesa.