Alejandro
Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter:
@canalesa99
“La
Reforma Educativa que se inicia en este sexenio significa un gran paso
adelante, pues se propone llevar a la práctica la idea de que la educación, más
que un proceso de información, es un proceso personal de descubrimiento,
exploración y asimilación de métodos y lenguajes”.
El
párrafo anterior no es ninguna cita de alguno de los documentos del actual
proceso de reforma; tampoco parte del discurso de alguna autoridad. Son líneas de
hace 40 años y están en el Plan Nacional Indicativo de Ciencia y Tecnología
1976 (p. 66). Por supuesto, todavía seguimos con la idea de que no basta la
memorización de información en la escuela y vamos tras otros mecanismos de
aprendizaje que parecen evanescentes.
Si
se revisa el inicio de diferentes procesos de reforma, previos o posteriores a
la cita ya indicada, se podrán encontrar propósitos más ambiciosos o más
acotados, según el periodo y el talante del gobernante en turno, pero las
palabras serán relativamente similares. Seguramente, al final del periodo de
referencia, cuando llega la hora de rendir cuentas, el balance de los
resultados también será parecido: el avance es indudable, no alcanzamos las metas
que nos propusimos por ciertos imponderables, pero estamos en el camino
correcto y habremos de persistir.
¿Por
qué ocurre esto? En primer lugar porque no es suficiente un buen diagnóstico de
los problemas y una impecable declaración de intenciones de lo que habría que
hacer. Peor tantito si están ausentes, como ha ocurrido en diversas ocasiones. Pero
si están los pasos previos, falta que enfrenten la áspera realidad y los grupos
de implicados, sean beneficiarios, espectadores o afectados.
No
siempre la declaración de intenciones es explícita. De hecho, la reforma educativa
de hace cuatro décadas, con todo y que incluyó múltiples y variados aspectos (legislación
educativa, cambios administrativos y técnico-pedagógicos) no enunció con
claridad cuál era su principal objetivo o qué metas pretendía alcanzar.
En
la actual reforma, al comienzo, se presentó como una reforma legal y
administrativa en materia educativa, con tres objetivos: incrementar la calidad
de la educación básica; aumentar la matrícula y mejorar la calidad en los
sistemas de educación media superior y superior; y recuperar la rectoría del
sistema educativo nacional. Nada de modelo educativo.
A pesar de que
incluyó casi una decena de acciones, lo que captó la atención
fue la idea de crear un “Servicio
Profesional Docente” (SPD). Incluso la mención de recuperar la rectoría del
sistema educativo solamente cobró sentido un par de meses después. Por
supuesto, un nuevo sistema de evaluación docente tenía un efecto directo sobre
el profesorado y no eran buenas noticias: cambio en las reglas de juego para el ingreso,
la permanencia y promoción de los profesores. No por nada hasta ahora
sigue siendo el tema más controvertido. Por la misma razón, erróneamente, se sigue
considerando que solamente se trata de una reforma laboral o administrativa.
Lo
que vale la pena subrayar es que en aquel momento no hubo ninguna mención al
propósito de crear un nuevo modelo educativo. Apareció cuando se emitieron las
leyes secundarias en septiembre de 2013. Luego, al comienzo del año siguiente
vino la consulta sobre el modelo, se realizaron foros, se sistematizaron resultados
y luego vino una continua postergación de su presentación. En ese entonces, como
ahora, y no sin razón, se criticó la ruta seguida: comenzar por los
instrumentos y dejar para después el modelo.
Finalmente,
el pasado 20 de julio, el secretario de Educación Pública, presentó el modelo
educativo. En conjunto son tres documentos: i) “los fines de la educación en el
siglo XXI”, en donde de manera breve, pero muy precisa, se establece el
propósito de la educación y el perfil ideal del egresado de la educación
básica; ii) la “propuesta curricular para la educación obligatoria”, es la
parte más extensa, argumentada y medular; y iii) “el modelo educativo” y, por
si hiciera falta el énfasis, con el subtítulo de “el planteamiento pedagógico
de la reforma educativa”.
El
documento del modelo se presenta estructurado en cinco ejes: 1) la escuela al
centro; 2) el planteamiento curricular; 3) la formación y desarrollo
profesional docente; 4) inclusión y equidad; y 5) gobernanza del sistema
educativo. ¿Algún novedad importante? Sí, sin duda. Y obviamente es lo que
faltaba: las prácticas pedagógicas y los
contenidos curriculares.
Entonces
¿ahora se pondrá en marcha el modelo educativo y con ello la reforma como tal?
En realidad, salvo la propuesta expresamente curricular y algunas prácticas
pedagógicas, los cuatro ejes restantes, en mayor o menor medida, ya están en
operación. Sin embargo, precisamente, la forma de operar y el SPD son su
principal impedimento. El dilema es si ahora retrocederá para avanzar o el
modelo seguirá marchando a ninguna parte. Debiera rectificar y la consulta está
abierta.
(Publicado
en Campus Milenio No. 667, Agosto 4, 2016, p.5)