jueves, 19 de diciembre de 2013

El GIDE y los recursos humanos en el Programa Sectorial de Educación

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES


La idea de destinar el uno por ciento del PIB al Gasto en Investigación y Desarrollo Experimental (GIDE) también toma lugar en el reciente Programa Sectorial de Educación 2013-2018 (PSE). Al menos en lo que corresponde al componente de gasto que se podría canalizar a través de las Instituciones de Educación Superior (IES), ya aparece como parte de los indicadores del documento programático.

Todavía sin fastuosa presentación oficial, pero sí en el último día hábil de las fechas previstas, en cumplimiento de lo anotado en el artículo tercero del decreto del Plan Nacional de Desarrollo (PND) de esta administración, el pasado viernes fue publicado el PSE para este sexenio (Diario Oficial de la Federación 13.12.2013).

El Programa es un documento relativamente breve, sin mayores agregados ni novedades. Un escueto diagnóstico ya conocido y reiterado, lo mismo que con metas y objetivos anticipados en el PND y los compromisos del ahora olvidable Pacto por México.

Quizás uno de los cambios más importantes es que, respecto de lo que se había dicho en el PND, ahora se utilizarán los puntajes de los Exámenes para la Calidad y Logro Educativos (Excale) para valorar los avances de este periodo en la enseñanza básica, en lugar de los puntos de la Evaluación Nacional de Logro Académico en Centros Escolares (Enlace).

Las dos pruebas valoran resultados de aprendizajes en educación básica y media superior, pero son muy diferentes: Enlace es censal y anual, diseñada y aplicada por la SEP; Excale es muestral, cuatrienal y elaborada por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).

La polémica de este año sobre la prueba Enlace parcialmente concluyó con la declaración del secretario de Educación, Emilio Chuayffet, diciendo que no se aplicaría más y, al mismo tiempo, con el anuncio de la junta de gobierno del INEE indicando que instalaría un comité de especialistas para revisar la validez y confiabilidad tanto de Enlace como de Excale. Pero no, públicamente no se conocen los resultados del comité de especialistas, aunque sí el indicador del programa sectorial

El PSE 2013-2018 también incluye un apartado sobre ciencia y tecnología, tanto en el diagnóstico como en objetivos y metas. En el primer caso, en unos cuántos párrafos, identifica la baja inversión nacional en el sector y la rigidez del sistema educativo, como las causas del rezago para generar y aplicar el conocimiento.

En el mismo apartado, el programa ubica la formación de doctores como uno de los principales retos a enfrentar, sobre todo por la distancia que separa a México del promedio de la OCDE en número de investigadores por cada mil integrantes de la PEA, por el bajo número de doctores graduados y el porcentaje de programas de posgrado aceptado en el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad (PNPC).

En consecuencia, el PSE propone como objetivo número 6: “Impulsar la educación científica y tecnológica como elemento indispensable para la transformación de México en una sociedad del conocimiento”. Soslayando la retórica, el objetivo incluye cinco estrategias, como la de incrementar el GIDE en IES y Centros Públicos de Investigación, lo mismo que el número de posgraduados en áreas científicas y tecnológicas, y la cantidad de programas en el PNPC.

Lo más sobresaliente es que en el capítulo de indicadores se recuperan dos de los principales componentes de las actividades científicas y tecnológicas e identifica las metas que se piensan alcanzar. Por ejemplo, el primer indicador señala expresamente al GIDE ejecutado por las IES respecto al PIB y anota que la meta es pasar del 0.12 que tenía en 2012 al 0.25 por ciento de PIB al término de este sexenio. Lo cual significa más que duplicar la proporción.

El otro indicador es el Porcentaje de programas de doctorado escolarizados en áreas de Ciencia y Tecnología registrados en el PNPC. Incluye solamente a las siguientes especialidades: físico Matemáticas y ciencias de la tierra; biología y química; medicina y ciencias de la salud; biotecnología y ciencias agropecuarias e ingenierías). La meta es pasar del 63.5 por ciento al 71.6 por ciento de programas en el periodo.

La pieza de inversión del PSE ya está y sorprendentemente el sectorial de Economía (Programa de Desarrollo Innovador 2013-2018) simplemente no figura. Pero falta lo principal: el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación que deberá estar listo en el primer trimestre del año próximo. Lo dicho: la Encuesta sobre Investigación y Desarrollo de Tecnología (ESIDET) será la línea base de esta administración.

(Publicado en Campus Milenio No. 540. Diciembre 19,  2013, p. 4)

jueves, 12 de diciembre de 2013

CyT: la línea base del periodo

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES


Algunos datos de las actividades científicas y tecnológicas están relativamente actualizados y son fácilmente localizables. Tales datos son, principalmente, los que dependen directamente del gobierno federal (Aunque, a estas alturas, la publicación del Informe General del 2012 todavía no está disponible).

Sin embargo, hay otro tipo de datos, complementarios o de efecto indirecto, no tan asequibles ni tan sistemáticos. Por ejemplo, las aportaciones del sector empresarial o las instituciones de educación superior (públicas y privadas), en términos financieros y de recursos humanos para la actividad científica y tecnológica.

En 1994, hace apenas dos décadas, se comenzó a calcular a través de encuestas bianuales el nivel de aportación financiera de las empresas para la investigación y el desarrollo experimental. Un trabajo conjunto de Conacyt e Inegi. Al inicio se le llamó Encuesta sobre Actividades Científicas y Tecnológicas en Empresas Privadas y los resultados mostraban la reducida participación de este sector: entre el 14 y el 18 por ciento del gasto total.

Las ediciones posteriores de la encuesta, no solamente se limitaron a calcular la participación relativa de las empresas, también incluyeron a las instituciones de educación superior, las dependencias gubernamentales y las instituciones privadas no lucrativas. Desde entonces, es una de las fuentes de información para las estadísticas nacionales de gasto en investigación y desarrollo experimental por fuente de financiamiento.

A partir del año 2000, cuando el tema de la innovación y el papel de las empresas comenzó a ser objeto de mayor interés, el instrumento cambió de nombre y se denominó Encuesta sobre Investigación y Desarrollo de Tecnología (ESIDET). A la función que ya desempeñaba, se le añadió la de captar información sobre el desarrollo de tecnología propia en las muestras.

Las siguientes versiones de la encuesta, recuérdese que se aplica cada dos años,  conserva el núcleo básico de captación de información, pero ha ido incorporando otros componentes, conforme las coyunturas o requerimientos particulares de información.

Los resultados de la ESIDET más reciente, la del 2012 y que incluye un módulo sobre biotecnología y nanotecnología, dos ramas altamente competitivas, se presentaron hace un par de semanas. Todavía no está disponible el volumen con los datos completos y desagregados, pero será básico para valorar lo que se hizo y el avance de la década actual, tanto en el nivel de inversión de las empresas como en el desarrollo de los dos campos especializados.

Un primer aspecto que conviene resaltar es que la encuesta se aplicó al inicio del 2012, pero captó información para el periodo 2010-2011. Es decir, información sobre el inicio de la década actual que prácticamente coincidió con el cambio de administración gubernamental, después de los dos periodos del Partido Acción Nacional. También es de notar que la encuesta tiene representación a nivel estatal, por lo que será posible valorar los avances y los resultados a nivel de entidad federativa, tanto para las iniciativas que se han puesto en marcha como las que se prevé para este periodo.

Uno de los datos que llama la atención es la todavía alta concentración de las capacidades innovadoras. Por ejemplo, los datos señalan a poco más de 2 mil empresas innovadoras en producto en el país. Sin embargo, más de la mitad se concentran en cinco entidades federativas: Distrito Federal (23.6 por ciento), Nuevo León (11.6 por ciento), Jalisco (10.7 por ciento), Guanajuato (9.7 por ciento) y el Estado de México (9.6 por ciento).

Otro dato que resulta revelador es que de las casi 36 mil empresas, solamente el cinco por ciento (1,789 empresas) reportaron que realizaron actividades de investigación y desarrollo tecnológico (IDT) en el 2011. En el año previo, la cifra fue de 4.8 por ciento.

La concentración es mayor en el volumen de gasto. Según los datos de la encuesta, en el 2011 el gasto en investigación y desarrollo tecnológico de las empresas (gasto intramuros) fue de poco más de 24 mil millones de pesos, el cual se concentra en tres entidades: Distrito Federal (52 por ciento), Nuevo León (10 por ciento) y Estado de México (8 por ciento).

Si una de las principales intenciones de esta administración es mejorar los indicadores, tanto como alcanzar el uno por ciento del PIB en investigación y desarrollo experimental, así como alentar la participación del sector privado, los datos de la encuesta serán la línea base.


(Publicado en Campus Milenio No. 539. Diciembre 12,  2013, p. 4)

jueves, 5 de diciembre de 2013

La reorganización de Conacyt

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

“Las principales iniciativas en el terreno de la ciencia y la tecnología todavía no se aprecian con claridad”, sostuvimos aquí la semana pasada. Alrededor de la fecha emblemática del primer año de gobierno, aparecieron algunos elementos más que ofrecen atisbos de las líneas de política sectorial. No son un programa --el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación deberá estar listo a más tardar en abril del año próximo--, pero anticipan algunas de las novedades que podríamos encontrarnos.

En la LXIV Asamblea de Anuies de la semana pasada, el titular de Conacyt, Enrique Cabrero, adelantó algunas de las líneas de trabajo que piensa poner en marcha. Un primer aspecto que conviene resaltar es la presencia misma del director del organismo en la sesión; no es inusual pero ciertamente no ha sido frecuente.

La relación de Conacyt con el sector educativo es lógica: se encarga de incentivar y diferenciar la formación de posgrado, tanto como de establecer los lineamientos de respaldo a la investigación científica. No por nada el organismo estaba sectorizado a Educación. Sin embargo, desde su desectorización de SEP, la Secretaría de Economía ha ejercido una mayor influencia y Conacyt ha sido más proclive a establecer un vínculo más fuerte con tal secretaría.

Entonces, si ahora, el organismo encargado de establecer las políticas científicas y tecnológicas, desde su relativa independencia, diversifica sus vínculos con diferentes actores y comunidades, podría estar en mejores condiciones de establecer entornos propicios para la recepción y respaldo de sus medidas. Por la misma razón, no se entiende porque, en ocasiones, se ha mostrado tan refractario a establecer lazos.

En la sesión de Anuies, el director de Conacyt reiteró el conocido diagnóstico de la escasa inversión en la materia, el reducido número de personal de alto nivel, la falta de articulación entre universidad y empresa, entre otros aspectos.

Lo relativamente novedoso que dijo Enrique Cabrero, en correspondencia con su audiencia que estarían implicados en la futura medida, fueron algunas precisiones sobre las “Cátedras Conacyt” que se pondrán en operación el año próximo. Una medida que ya comentamos aquí, cuando se autorizaron 500 millones de pesos en el Presupuesto de Egresos de la Federación para el año próximo.

Según lo que indicó el funcionario, las cátedras serán plazas para jóvenes doctores (hombres de hasta 40 años y mujeres de hasta 43 años) en instituciones públicas de educación superior y centros de investigación. La operación de las plazas será responsabilidad del organismo, pero se espera que después de cinco o siete años las instituciones receptoras asuman tales contrataciones.

Sin duda, la posibilidad de crear plazas académicas es una medida necesaria e importante para aminorar el desencanto y la frustración de miles de jóvenes que no ven alternativas laborales próximas. Aunque el número que se está proyectando es insuficiente para el actual volumen de graduados y las tendencias del egreso del doctorado. Lo más complicado, sin embargo, será sostener el tan publicitado incremento en el nivel de inversión para ciencia y tecnología hasta llegar al uno por ciento del PIB y la partida especial para las plazas.

Quizás porque el adelanto de medidas en la sesión de ANUIES fue insuficiente para la fecha de corte del primer año de gobierno. En la víspera del primero de diciembre, Conacyt difundió un comunicado en el que se destacó otra medida relativamente novedosa: su reorganización.

En el primer semestre del año próximo, según lo especificado, Conacyt podría generar una especie de red activa entre sus centros públicos de investigación para diferentes propósitos. Ahora, con la ausencia de detalles, parece difícil de lograr el trabajo en red, a la vista de la trayectoria y coordinación que han seguido los Centros Públicos de Investigación, habría que esperar la estructura de incentivos.

Otra medida de mayor impacto es la idea de crear 10 o 15 consejerías alrededor del mundo. Una estructura de representación de la política científica y tecnológica en el exterior que dependería de las embajadas de México en algunos puntos geográficos sobresalientes. Esto es, la búsqueda de una proyección internacional.

Las medidas anunciadas siguen siendo insuficientes para valorar la política de la actual administración, apenas son una atisbo; habrá que esperar el programa especial. Lo evidente es que las capacidades e instrumentos de Conacyt, con las sucesivas reformas, poco a poco se han incrementado. Ahora falta la demostración de los hechos.


(Publicado en Campus Milenio No. 538. Diciembre 5,  2013, p. 4)

jueves, 28 de noviembre de 2013


El primer año: la difusión de los datos

 
Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

La actual administración cumple su primer año de gobierno. En el terreno de la ciencia y la tecnología todavía no se aprecia con claridad cuáles serán sus principales iniciativas. Salvo lo previsto en el Plan Nacional de Desarrollo (PND), la expresión reiterada de alcanzar el uno por ciento del PIB al término del periodo, algunas ideas e intenciones que se autocalifican como buenas y un par de acciones que se han puesto en marcha.

En el PND quedó registrado el objetivo de tomar como pilares al desarrollo científico y tecnológico para el progreso económico y social sostenible. Según el Plan un propósito que se logrará con diferentes estrategias. En primer lugar y como lo hemos anotado en múltiples ocasiones, con un crecimiento anual de la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico hasta lograr el uno por ciento del PIB.

 El cumplimiento del Plan también será con el seguimiento de estrategias de administraciones anteriores, como el respaldo a la formación e impulso de recursos humanos de alto nivel. Principalmente con la continuidad del programa de becas para estudios de posgrado, el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) o el Padrón Nacional de Programas de Posgrados de Calidad (PNPC).

Difícil saber si alguno de los programas tradicionales será modificado sustancialmente. La idea de incrementar exponencialmente el número de estudiantes mexicanos en Estados Unidos (de 14 mil a 100 mil) y de estadounidense en México (de 4 mil a 50 mil) en el próximo quinquenio, todavía permanece en el terreno de las buenas intenciones.

Tampoco se sabe si el cúmulo de aportaciones realizadas en el primer y único congreso de miembros del SNI, realizado hace más de tres años, será recuperado para una eventual modificación del Sistema. Lo mismo que la encuesta que recientemente realizó el grupo de trabajo del Foro Consultivo Científico y Tecnológico sobre la percepción de la evaluación académica y especialmente sobre el SNI.

Cabría esperar que la serie de datos y la experiencia, después de casi tres décadas de experimentar con la evaluación del rendimiento académico individual, se reflejara en cambios importantes en algunos de los programas. El asunto es que debe ser una modificación al conjunto, porque el sistema científico y tecnológico nacional ha quedado atado a una estructura de incentivos general, por lo que modificar un componente tiene repercusiones en el resto.

Hasta ahora, lo más visible ha sido el incremento para este año y el próximo en el gasto federal para la actividad científica y tecnológica (el ramo 38). Tema del que nos hemos ocupado en su oportunidad en estas mismas páginas. Solamente vale la pena destacar que es una aportación relativa para alcanzar el principal objetivo de esta administración, porque como se trata de inversión nacional, alcanzarlo dependerá de la aportación del sector empresarial y del privado no lucrativo.

El otro hecho, menos público, más organizacional y que está por demostrar su relevancia, es la Coordinación de Ciencia, Tecnología e Innovación. Una instancia creada en abril de este año, con funciones más bien limitadas de apoyo, consulta y asesoría, encabezada por Francisco Bolívar Zapata y dependiente de la Jefatura de la Oficina de la Presidencia de la República.

La Coordinación mencionada fue lo que quedó de la idea de crear una secretaría de Estado que se encargara del sector científico y tecnológico, e incluso que también aglutinara a la educación superior. Ni una ni la otra. La instancia que se creó es una versión más acotada de lo que en su momento fue el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, solo que la actual sin interlocución con el ejecutivo federal.

Otro asunto son las acciones que se desarrollarán con los recursos aprobados en el reciente presupuesto de egresos. Figura de forma sobresaliente la iniciativa de crear el Programa de Cátedras para Jóvenes Investigadores, como una alternativa de plazas para los jóvenes o la idea de destinar mayores recursos a proyectos de investigación para atender problemas nacionales. Pero, hasta ahora, son proyectos.

Finalmente, vale la pena notar la mera coincidencia de dos recientes publicaciones. Una, la Encuesta sobre Investigación y Desarrollo Tecnológico 2012. Otra, la venturosa aparición, precisamente en estos días, de un breve artículo en la prestigiosa revista Nature sobre lo que está realizando el actual gobierno en la materia (Mexico bolsters science funding. President aims to boost spending and reform research laws). Los datos, como posteriormente podremos apreciar, serán la línea base de referencia.


(Publicado en Campus Milenio No. 537. Noviembre 28,  2013, p. 4)

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los dineros para la actividad científica y tecnológica

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES


La inversión es uno de los instrumentos más presentes en el terreno de las iniciativas para la actividad científica y tecnológica, tanto para los organismos internacionales como para los gobiernos nacionales o las comunidades de referencia. También es uno de los motivos más frecuentes de controversia entre los diferentes grupos de científicos y la autoridad correspondiente y de ésta hacia los empresarios que no parecen muy dispuestos a participar.

Desde el 2002 la legislación educativa, en su artículo 25, estableció que se debe destinar, al menos, el uno por ciento del PIB de gasto público para investigación científica y desarrollo tecnológico en las instituciones de educación superior. Nótese que se refiere a gasto público y es solamente gasto en instituciones educativas. Un ordenamiento que en su momento pareció realizar las expectativas de algunos legisladores y científicos, pero que simplemente ha resultó imposible llevar a efecto. Si se pusiera en marcha implicaría más que duplicar el presupuesto para toda la educación superior y suponer una infraestructura que hoy no se aprecia en el conjunto de universidades. A pesar del error, la norma persiste.

El año próximo se cumplirá una década de la otra modificación importante a la legislación científica y tecnológica. La adición del artículo 9 Bis a la ley sectorial para precisar que: El Ejecutivo Federal y el Gobierno de cada Entidad Federativa, con sujeción a las disposiciones de ingresos y gasto público correspondientes que resulten aplicables, concurrirán al financiamiento de la investigación científica y desarrollo tecnológico. El monto anual que el Estado -Federación, entidades federativas y municipios- destinen a las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico, deberá ser tal que el gasto nacional en este rubro no podrá ser menor al 1% del producto interno bruto del país mediante los apoyos, mecanismos e instrumentos previstos en la presente Ley”.

En ese párrafo de la ley se establecieron las precisiones y condiciones que la normatividad educativa había soslayado. Por ejemplo, el esfuerzo financiero sería “con sujeción a las disposiciones de ingresos y gasto público”, o sea, cuando se pudiera. Más importante: el monto de los recursos financieros para cumplir lo que dice la ley son de gasto nacional y no solamente para instituciones educativas. Esto es, los recursos incluyen gasto público y privado y son para todas las actividades científicas y tecnológicas, independientemente del recinto en el que se lleven a efecto.

De cualquier forma, ni lo que dice una norma ni la otra se ha cumplido en la década previa. El volumen de recursos para investigación científica y desarrollo experimental (IDE), como proporción del PIB, se ha mantenido entre el 0.41 y el 0.43. Una cifra que representa menos de la mitad de lo que está previsto en la ley. En estas mismas páginas de Campus hemos registrado las vicisitudes de los cambios legislativos, lo mismo que la cíclica disputa por los recursos financieros con Hacienda o la intervención de grupos y personalidades del ámbito científico para presionar por mayores recursos. O bien, el ejercicio legal del Foro Consultivo, a través de una demanda administrativa, para que se cumpliera la ley. El hecho incontrovertible es que la normatividad, a pesar de sus salvedades, se ha incumplido en materia de financiamiento.

Pronto se disipó la expectativa que despertó el cambio de siglo y la alternancia. Al diagnóstico de que Conacyt solamente controlaba una proporción muy limitada del presupuesto federal para el sector y la mayor parte de esa escasa proporción era para becas y el sostenimiento del Sistema Nacional de Investigadores, se dispuso un cambio organizacional y administrativo relevante.

La modificación operada en la década previa culminó con la desectorización de Conacyt de la SEP –aunque después la Secretaría de Economía tuvo una mayor intervención— la creación de una ramo de gasto propio (el ramo 38) en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y la promulgación de la actual ley de ciencia y tecnología, la cual no solamente incluyó el ya comentado artículo 9 Bis, sino modificaciones importantes en el conjunto de órganos del sector.

Al inicio de la década pasada, el gobierno de entonces, se trazó metas ambiciosas para el final de su mandato, como la de duplicar el presupuesto nacional para ciencia y tecnología (de 0.75 a 1.5 por ciento del PIB), lo mismo para IDE (de 0.45 a uno por ciento del PIB) o elevar la participación relativa del sector privado en el financiamiento de IDE (de 0.31 a 40 por ciento). Está por demás reiterar que, nuevamente, no se cumplieron los propósitos, salvo en lo concerniente a la reorganización del sistema y en lo referente a la participación del sector privado. Aunque, luego, como lo comentamos en su oportunidad, se complicaron las relaciones entre autoridad, grupos de científicos y empresarios por la detección de cierto tipo de irregularidades en el otorgamiento de incentivos fiscales a empresas.

El asunto es que la promesa de los recursos financieros ha permanecido como una constante, renovándose en cada cambio gubernamental, presente en las negociaciones anuales del PEF en el Congreso y cada vez con una mayor dependencia del gobierno federal y especialmente de la Secretaría de Hacienda.

El nuevo periodo
La promesa se volvió a formular en la actual administración. En el Pacto por México se dijo que se daría un “impulso sin precedentes” a la ciencia, la tecnología y la innovación. En el mismo documento se planteó como uno de sus objetivos que se daría cumplimiento a lo que dice la ley y  se alcanzaría “de manera gradual, una inversión del uno por ciento del PIB” en investigación científica y desarrollo tecnológico.  Tal incremento, se dijo, comenzaría en el presupuesto de este año. Las cifras indican que, respecto del 2012, efectivamente, el aumento fue de alrededor de siete mil millones de pesos.

El objetivo planteado en el Pacto, como todos los que se formularon entonces, fueron recuperados en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) de la actual administración. La formulación no alcanzó la contundencia de un impulso sin precedentes anunciado en el Pacto, sino más bien como una estrategia de “contribuir a que la inversión nacional en investigación científica y desarrollo tecnológico crezca anualmente y alcance un nivel de uno por ciento del PIB”. Una estrategia que incluye como líneas de acción la participación de todos los sectores (público, privado y social) en el gasto sectorial, la promoción de la inversión que realizan las instituciones de educación superior e incentivos para promover la participación del sector productivo en el financiamiento.

Seguramente, como la marca la ley, la estrategia de contribuir a la inversión nacional del uno por ciento en el sector, planteada en el PND, será recuperada y desarrollada en el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti), el cual deberá estar listo a más tardar en abril del año próximo. Por lo pronto, solamente está el dato del segundo PEF que elabora la actual administración para valorar si se encamina a cumplir con la meta autoimpuesta.

En el proyecto que remitió el gobierno federal al Congreso en septiembre de este año, consideró un volumen de gasto en ciencia y tecnología para todas las dependencias gubernamentales del orden de 81 mil 810 millones de pesos (incluye recursos fiscales y los generados en las propias dependencias). En términos corrientes, un aumento de poco más de 11 mil millones, respecto del presupuesto actual; en términos reales alrededor de un 11 por ciento. A su vez, para Conacyt planteó un presupuesto de 31 mi 586 millones de pesos. Esto es, respecto de este año, le adicionó 6 mil millones de pesos más, lo cual representa aproximadamente 20 por ciento en términos reales.

En el presupuesto que aprobaron recientemente los diputados, modificaron ligeramente la propuesta del ejecutivo federal. En el volumen general, aumentó levemente a 81 mil 860 millones de pesos (52 millones de pesos más a la propuesta original), pero con diferencias importantes para algunas dependencias gubernamentales. Por ejemplo, Sagarpa, SEP y Salud tuvieron incrementos: 142 millones, 36 millones y 12 millones de pesos, respectivamente. El aumento más importante fue en el rubro de “previsiones salariales y económicas”, el que tiene que ver con incremento de salarios y creación de plazas, pues le añadieron poco más de 361 millones de pesos. Otra decena de secretarías permanecieron sin cambios. Por el contrario, y curiosamente, a Conacyt fue al único que le quitaron 500 millones de pesos.

El dictamen de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública no precisa la argumentación del decremento para Conacyt. El director del organismo rector de las políticas científicas tampoco se ha inconformado públicamente. Lo que sí es un hecho es que la disminución no toca a la propuesta del gobierno federal de destinar 550 millones de pesos para la creación de nuevas plazas para investigadores. Ese monto fue aprobado por los legisladores y está considerado en el rubro correspondiente.

El titular del Conacyt, Enrique Cabrero, ha hablado de la creación de un Programa de Cátedras para Jóvenes Investigadores, en el cual se tiene previsto ocupar los recursos autorizados y la creación de medio millar de plazas. Sin embargo, las característica del programa todavía no están claras. Seguramente deberá tener una articulación con las hasta ahora desconocidas líneas de acción del programa sectorial de esta administración.

En resumidas cuentas, ingresamos a un nuevo periodo en el que persiste la idea de alcanzar un porcentaje de inversión en las actividades científicas y tecnológicas. A la fecha, prácticamente, es la única y principal estrategia anunciada por la presente administración. En la década anterior, la meta solamente quedó en el marco normativo del sector. Actualmente, el incremento presupuestal de los dos primeros años parecen encaminarse a cumplir lo que dice la ley, pero todavía es incierto si el esfuerzo se sostendrá y si los incrementos se aplicarán en el indicador correcto: solamente en IDE. Nada más.


(Publicado en Campus Milenio No. 536. Noviembre 21,  2013, p. 28 

jueves, 14 de noviembre de 2013

 
¿La media superior fuera de la LGSPD o de un sistema?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

En las semanas previas a la promulgación de las leyes secundarias de la actual reforma educativa, en los días de las especulaciones, las filtraciones y las disputas por lo que debieran o no contener tales ordenamientos, la directora del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Yoloxóchitl Bustamante, se reunió con los diputados de la comisión de educación para solicitarles un trato diferente para su institución.
 
Al promulgarse la esperada Ley de Servicio Profesional Docente (LGSPD), el pasado mes de septiembre, la que ahora establece criterios y condiciones para ingresar, reconocer, promover y permanecer en el servicio profesional de la educación básica y media superior. Al IPN, en artículo transitorio, se le reconoció su propia normativa para evaluar a su personal docente. No se le aplicará el nuevo ordenamiento.
Ahora, otros subsistemas del mismo nivel demandan un trato de excepción en la LGSPD. De acuerdo a nota del diario Reforma, profesores de 400 planteles de bachilleratos tecnológicos federales también solicitan ser incluidos en el artículo transitorio que los liberaría de la aplicación de la norma (11.11.13: 2).
 
Es posible que no prospere la demanda de los profesores de educación media superior, tanto por el tiempo que ha transcurrido desde la aparición de la nueva ley como por la personalidad jurídica de los planteles. Sin embargo, es una expresión más de los constreñimientos de la reciente obligatoriedad adquirida por este nivel educativo y otro dilema a la idea de establecer un Sistema Nacional de Bachillerato.
 
La reforma del artículo tercero Constitucional estableció que: “Adicionalmente, el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan” (fracción III).
 
En la misma fracción se estableció que sus disposiciones no serían aplicables a aquellas universidades e instituciones de educación superior autónomas por ley. Una previsión particularmente importante para aquellas instituciones que cuentan con subsistemas de educación media superior, como el IPN o la UNAM, por ejemplo.
 
La directora del IPN, cuando todavía no se promulgaban las leyes reglamentarias, pero ya se conocían algunas versiones preliminares de las normas, en la reunión con diputados de la comisión de educación les expuso que: “Nos encontramos seriamente preocupados por las posibilidades de que al no considerarnos autónomos pudiese pensarse en destruir de alguna manera respetuosa, la forma dinámica e institucional en que estamos trabajando” (Boletín 1920. 14.08.13).

Efectivamente, el IPN no es una institución autónoma. De acuerdo con su ley orgánica, se trata de un órgano desconcentrado de la SEP. La normatividad de la administración pública señala que en tal caso, son órganos administrativos que están jerárquicamente subordinados y tienen facultades específicas para determinadas materias y en un ámbito territorial específico. Por la misma razón, al director del IPN lo nombra el ejecutivo federal y en cada ocasión el proceso genera múltiples controversias.
 
El asunto es que en ese entonces la directora del IPN solicitó un trato de excepción para el Instituto, mediante el cual se le reconocieran sus procedimientos ya establecidos para evaluar a su personal docente. El presidente de la comisión de educación se mostró particularmente receptivo a la situación del Instituto. Y sí, finalmente la excepción quedó en el artículo 20 transitorio de la novedosa LGSPD.

Difícilmente podrá incluirse en el mismo artículo transitorio a  otros subsistemas de media superior, como el de Educación Tecnológica Industrial, Agropecuaria o Profesional Técnica. En primer lugar porque, a diferencia de los bachilleratos pertenecientes a instituciones de educación superior, los que ahora solicitan ser liberados de los criterios de la LGSPD están adscritos a direcciones generales de la misma SEP; son dependencias directas de la Secretaría.

Una reforma a las recientes leyes reglamentarias no sería una rareza. Sin embargo, es prácticamente imposible que se hiciera para incluir o excluir subsistemas de media superior. En cambio, sí sería factible para disipar las ambigüedades de los ámbitos de competencia y responsabilidad de los diferentes órganos evaluadores de este nivel educativo y también para recuperar o desechar la idea de un Sistema Nacional de Bachillerato que ya parece abandonada.

(Publicado en Campus Milenio No. 535. Noviembre 14,  2013, p. 4

jueves, 7 de noviembre de 2013


Hacienda y el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99

Los programas especiales, a diferencia de los sectoriales, no dependen exclusivamente de una cabeza de sector administrativo, lo cual le añade un mayor grado de complejidad para su elaboración. Adicionalmente, en el caso del Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti), se advierte una mayor influencia la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

 La normatividad correspondiente señala que la Secretaría de Hacienda tiene la atribución de coordinar y participar en la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo (PND), así como proyectar y calcular los ingresos de la Federación para la ejecución del Plan y los programas (sectoriales, institucionales, especiales, regionales o transversales). Es decir, tiene la responsabilidad de aprobar y verificar la congruencia de todos los programas.

 A su vez, la ley de planeación señala que los programas especiales se refieren “a las prioridades del desarrollo integral del país fijados en el Plan o a las actividades relacionadas con dos o más dependencias coordinadoras de sector” (artículo 26).

 La denominación de “especial”, en el caso del programa para ciencia y tecnología, se utilizó por primera vez en la administración de Vicente Fox, aunque al comienzo implicó cierta confusión porque las leyes indicaban un nombre para el programa y el documento presentaba otro. En el 2009 se modificó toda la normatividad y oficialmente quedó como Peciti.

 Lo relevante de que fuera un programa especial descansaba principalmente en un doble movimiento. Por una parte, en establecer políticas de Estado para la ciencia y la tecnología, refiriéndose con ello a iniciativas de largo plazo para el sector y que tuvieran el respaldo de la sociedad, no solamente del gobierno o los legisladores. Por otra parte, en el propósito de otorgarle mayores capacidades a Conacyt para estructurar y coordinar el sistema de ciencia y tecnología.

 Ahora, la ley de ciencia y tecnología establece que la formulación del Peciti está a cargo del Conacyt, pero con base en las propuestas que presenten las dependencias gubernamentales que apoyen o realicen investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación (artículo 21). Las dependencias más importantes suman más de media docena, las más relevantes son la de Economía y Educación.

El mismo artículo dice que el organismo también deberá tomar en cuenta “las opiniones y propuestas de las comunidades científica, académica, tecnológica y del sector productivo, convocadas por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico”. Y lo más importante: “A fin de lograr la congruencia sustantiva y financiera del Programa”, la integración final la realizarán Conacyt y la Secretaría de Hacienda.

No solamente está normado el diseño del programa. La junta de gobierno de Conacyt se integra por los secretarios de: Hacienda; Economía; Educación; Medio Ambiente y Recursos Naturales; Energía; Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; y Salud. También son miembros, el titular de Anuies, un representante del Foro Consultivo, Científico y Tecnológico; dos representantes de investigadores y dos más del sector productivo.

Actualmente, la junta de gobierno de Conacyt es presidida por el secretario de Hacienda: Luis Videgaray. La ley establece que el ejecutivo federal determina quien debe encabezarla “de entre los titulares de las dependencias del Ejecutivo Federal que tengan mayor actividad científica y tecnológica y tendrá voto de calidad en caso de empate” (artículo 5). Claramente, Hacienda es la secretaría que maneja el poderoso instrumento de los recursos financieros, pero no concentra la mayor actividad científica y tecnológica. Entonces ¿qué criterio es el que debe regir?

En junio pasado, Hacienda emitió los lineamientos a los cuales deben ajustarse las entidades y dependencias para la aprobación y seguimiento de sus respectivos programas (DOF 10.06.2013). Los especiales y regionales deben entregar sus propuestas a la Unidad de Evaluación del Desempeño de la Secretaría de Hacienda, a partir del 17 de diciembre de este año y a más tardar el 17 de febrero del año próximo. El Peciti deberá publicarse a más tardar en abril del año próximo

Lo paradójico del caso es que los cambios normativos de la última década buscaban una mayor autonomía y capacidad de gestión para el organismo encargado de las políticas científicas y tecnológicas. Sin embargo, parece que lograron el efecto contrario: una alta dependencia del ejecutivo federal y mayor influencia de otras secretarias.

(Publicado en Campus Milenio No. 534. Noviembre 7,  2013, p. 9)

jueves, 31 de octubre de 2013

¿Es factible el PISA para el nivel superior?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES


“El estudio de factibilidad demostró lo que es y lo que podría ser factible, lo que funcionó bien y lo que no, asimismo proporcionó lecciones y una estimulante reflexión sobre cómo pueden ser medidos más efectivamente los logros de aprendizaje en el futuro”.

El párrafo anterior es una de las conclusiones sumarias del tercer y último reporte de la OCDE sobre la factibilidad de una evaluación internacional de competencias para el nivel superior. Los mismos términos de la conclusión estaban previstos desde que comenzó el estudio. Ahora está puesta en el volumen más reciente: Assessment of Higher Education Learning Outcomes (AHELO)-. Feasibility Study Report. Volume 3- Further Insights.

Es el proyecto AHELO (por sus siglas en inglés), al cual nos hemos referido aquí en diferentes ocasiones, prácticamente desde que se concibió como idea en el 2006. Precisamente al poco tiempo de que tomó posesión José Ángel Gurría, el actual secretario general del organismo económico.

Literalmente, el proyecto para el nivel superior era y es una tarea de grandes dimensiones. Una complejidad mucho mayor que la de PISA. Este último, como se sabe, está dirigido a evaluar la preparación de jóvenes de 15 años, la edad que, en la mayoría de países, coincide con la culminación de una relativamente homogénea enseñanza básica.

Por el contrario, el signo distintivo de la educación superior, tanto al interior de los sistemas nacionales como entre los países, es el de la diversidad y la heterogeneidad. Una diferenciación de segmentos, misiones, especialidades, áreas de conocimiento y otros.

Además, también habría que añadir las diferencias culturales y de contexto de los sistemas educativos. Por tanto, de inicio y a diferencia de las competencias en la educación básica, la tarea de intentar estandarizar desempeños y capacidades de los egresados del nivel superior a escala internacional parece un reto difícil de superar.

El grupo de expertos que trabajaron en el proyecto comenzaron en el 2007 a perfilar las líneas de trabajo y en el 2008 decidieron, por principio de cuentas, poner en marcha el estudio de factibilidad. El objetivo era ver si, práctica y científicamente, era posible evaluar, en diferentes contextos, lo que sabían los estudiantes de educación superior y lo que podían hacer una vez egresados.

Un estudio que involucró a 17 sistemas de educación superior (13 a nivel nacional y 4 con representación estatal o regional), 248 instituciones de educación superior, alrededor de 23 mil estudiantes y casi cinco mil profesores.

La evaluación de logros de aprendizaje se concentró en capacidades genéricas y capacidades disciplinares. Las primeras se refieren al tipo de habilidades que los estudiantes debieran adquirir en todas las materias; las segundas corresponden a las áreas de conocimiento específicas. El estudio de factibilidad solamente incluyó economía e ingeniería.

Los resultados se reportan en los tres volúmenes: el primero se concentra en detallar el diseño y puesta en marcha del estudio; el segundo en analizar los datos y reportar las diferentes experiencias nacionales; y el tercero para tratar de sintetizar algunos de los hallazgos más importantes.

Uno de los factores que fue motivo de atención y discusión por parte del grupo de expertos fue el análisis de valor agregado (AVA), lo que incluye la medida y los modelos de valor agregado. Esto es, el factor clave que permitiera estimar qué tanto contribuyó la institución o el programa, al progreso de sus alumnos cuando estuvieron matriculados, la cual permitiría contar con una base de comparación más aceptable.

El acuerdo del grupo de expertos fue que la implementación de un AVA “era factible en el contexto del estudio principal de AHELO, siempre y cuando las personas responsables de la gestión y las instituciones participantes estuvieran dispuestas a cumplir con las exigencias solicitadas” (p.22).

Pero, sobre todo, el grupo de expertos notó que había dificultades inherentes al utilizar un AVA en diferentes jurisdicciones, por tanto los principales usos de sus resultados tendrían que limitarse a auto estudios institucionales y entre programas de una misma jurisdicción. Una seria limitación de comparación.

Las opiniones recuperadas de la conferencia tampoco son contundentes respecto a la continuidad y los costos que implica el AHELO. Así que no está a la vista, en el corto plazo, la puesta en marcha de una evaluación estandarizada de los aprendizajes para el nivel superior, al menos no a gran escala.


(Publicado en Campus Milenio No. 533. Octubre 31,  2013, p. 4)

jueves, 24 de octubre de 2013


Internacionalización, muchas promesas y pocos resultados


Alejandro Canales

UNAM-IISUE/SES


En el reciente Congreso de las Américas sobre Educación Internacional, celebrado en Monterrey, Nuevo León, el subsecretario de Educación Superior, Fernando Serrano Migallón, sintetizó la posición gubernamental sobre la dimensión internacional. Difiere de la que se sostenía cuando comenzaba a notarse la importancia del tema, pero podría ser igualmente carente de resultados satisfactorios.

El titular de educación superior dijo: “México aspira a enviar a sus mejores talentos a completar su formación en otros países, a recibir a estudiantes de diferentes nacionalidades y distintas especialidades y compartir su conocimiento y el talento de sus profesores. Sólo se podrá conseguir si el trabajo lo hacemos entre todos”.

Todavía a principios de los años noventa la idea era que los jóvenes cursaran estudios completos de posgrado en el extranjero, tantos estudiantes como lo permitieran los recursos financieros disponibles.  Hoy, en su mayor parte, como lo anota el subsecretario, se trata de que los jóvenes reciban una formación complementaria: una modalidad de estancias cortas en otros países, frecuentemente de un semestre o de un año.

Al inicio tampoco había una expectativa por recibir estudiantes de otros países. Aunque algunas instituciones de educación superior en México, destacadamente la UNAM, atraían a estudiantes principalmente de América Latina, no era un objetivo que se hubieran trazado deliberadamente. Ahora, las instituciones aspiran a recibir grandes volúmenes de estudiantes extranjeros.

En la región latinoamericana, y especialmente en el caso de México, las iniciativas de modernización en el terreno educativo de fines de los años ochenta, la profunda y gradual apertura económica, así como la formación de bloques regionales y alianzas estratégicas, comenzaron a registrar con mayor énfasis y a mayor escala los procesos de cooperación académica internacional y la movilidad estudiantil.

Lo paradójico es que pese a la gran cantidad de convenios y programas que se pusieron en marcha para alentar la internacionalización, la mayoría han carecido de efectos prácticos y solamente algunos han mostrado resultados. Es notable la disminución del número de becas al extranjero.

Las cifras oficiales no son del todo confiables, pero al comienzo del programa de becas, en los años setenta, más de la mitad de los apoyos eran para estudios en el extranjero. Después, con la crisis de los años ochenta y la escasez de recursos, las proporciones se invirtieron y las becas nacionales representaron la parte mayoritaria. En los años noventa, aunque el número de becas pasó de poco más de dos mil a más de 17 mil, la proporción se conservó en 80 por ciento de becas nacionales y 20 por ciento para el extranjero.

Desde que se puso en marcha la estrategia de reordenación del posgrado, primero con el Padrón de Excelencia en 1992 y una década después con el Padrón Nacional de Posgrados, creció el argumento a favor de un mayor otorgamiento de becas nacionales y una disminución para el extranjero. El razonamiento era que ya estaba asegurada la calidad de los programas nacionales. Se decía que los niveles de enseñanza eran comparables a los de países avanzados y había que darles preferencia, principalmente a los doctorados nacionales.

En esta última década, los datos son variables, pero las cifra oficiales señalan que las becas vigentes al extranjero pasaron de 2 mil 972 a 4 mil 82, entre el 2002 y el 2011. Por su parte, en el mismo periodo, las nacionales pasaron de 9 mil 399 a 36 mil 514. Notable la diferencia de crecimiento entre unas y otras. Actualmente el 91 por ciento son becas nacionales.

La internacionalización tiene muchas dimensiones y diferentes ángulos, pero no deja de llamar la atención que cuando más se ha enfatizado la importancia de propiciar la formación en el extranjero, el volumen y los apoyos no han ido en correspondencia.

No necesariamente tendría que ser una formación completa fuera del país. La tendencia en otros países es, precisamente, la adopción de diferentes modalidades de movilidad. Sin embargo, a la luz de las cifras mencionadas y de otras no consideradas, la propuesta formulada en el Foro Bilateral sobre Educación Superior acerca de que el número de estudiantes mexicanos en Estados Unidos se eleve de 13 mil 893 a 100 mil en los próximos cinco años, parece simplemente improbable.
 
Es decir, nuevamente, los resultados serán insatisfactorios. ¿O hará una corrección más el todavía ausente programa sectorial? Pronto lo sabremos.  

(Publicado en Campus Milenio No. 532. Octubre 24,  2013, p. 4)


 

jueves, 17 de octubre de 2013

La media superior y la Comisión para el DF

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

Durante las décadas anteriores, las preocupaciones gubernamentales se dirigieron principalmente a los extremos del sistema educativo y en menor medida al segmento medio. Sin embargo, las últimas tres administraciones han mostrado un peculiar activismo que hoy tiene el reto de instaurar un verdadero subsistema de media superior y alcanzar su universalización para el ciclo 2021-2022.

La media superior fue objeto de múltiples iniciativas y cambios importantes a lo largo del siglo anterior. Pero fue en el programa sectorial de Vicente Fox donde se planteó la idea de crear una “Coordinación General de la Educación Media Superior”.

Hasta el 2005, a pesar de que estaba prevista su creación en el 2002, el gobierno de Fox publicó la reforma al reglamento interior de la SEP. Ahí apareció no una Coordinación sino una Subsecretaría de Educación Media Superior. Por cierto, también en ese ajuste la entonces Subsecretaría de Servicios Educativos para el Distrito Federal se convirtió en “Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal”. Un órgano “provisional” que desde entonces –-y de hecho desde 1993-- está a la espera de hacer efectiva la descentralización educativa en el DF.

En el gobierno de Calderón, ya con una estructura administrativa de mayor nivel, Miguel Székely impulsó lo que llamó Reforma Integral de la Educación Media Superior (Riems). Una iniciativa de cambio profundo que se planteó la elemental y compleja tarea de crear un Sistema Nacional de Bachillerato. Tal reforma era y es impulsada a través de cuatro ejes: un marco curricular común con base en competencias; la definición y regulación de las distintas modalidades del nivel; la instauración de mecanismos de gestión que definan estándares y procesos comunes; y un modelo de certificación nacional para el Sistema.

Tal parecía que la media superior se encaminaba a una profunda transformación. Sin embargo, en el último tercio del sexenio anterior, Felipe Calderón realizó un ajuste importante en su gobierno y cambió la titularidad de SEP y las subsecretarías. La reforma perdió dinamismo y visibilidad pública, aunque continuó su puesta en marcha. Todavía no es un hecho.

Paradójicamente, en el ámbito legislativo fue ganando adeptos la idea de convertir en obligatoria la media superior. Una propuesta que no gozaba de la simpatía del gobierno federal, particularmente de los subsecretarios de educación media, quienes manifestaron en diversas oportunidades el problema de los recursos financieros para hacerle frente al reto.

De cualquier forma avanzó la propuesta y  el 9 de febrero del 2012 se publicó el decreto de reforma a los  artículos 3ro y 31 constitucionales para convertir en obligatoria la educación media superior (DOF 09.02.2012). En artículo transitorio quedó especificada la obligación del Estado de “ofrecer un lugar a quien teniendo la edad típica hubiera concluido la educación básica”, la cual se realizará de manera gradual hasta lograr la cobertura total en el ciclo escolar 2021-2022”.

Después, ya en esta administración, vino la firma del Pacto por México que incluyó como compromiso asegurar “los recursos presupuestales necesarios para incrementar la calidad y garantizar la cobertura en al menos al 80 por ciento en educación media superior y en al menos 40 por ciento en educación superior”. Porcentajes que fueron recuperados en el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018.

Todavía no se publica el programa sectorial de este sexenio –lo cual debiera ocurrir en este mes--, pero el actual subsecretario de Media Superior, Rodolfo Tuirán, ha estado especialmente activo para poner en marcha diferentes programas, principalmente para ampliar la cobertura en el nivel, otorgar becas e incorporar la Formación Dual. 

Por su parte, el gobierno capitalino publicó recientemente el acuerdo de creación de la Comisión para la Planeación y Programación de la Educación Media Superior en el Distrito Federal (GODF No. 1709). Una instancia para emitir opiniones y recomendaciones, presidida por el jefe de gobierno capitalino e integrada por siete titulares de su gabinete. Además, estarán como invitados permanentes, con voz y voto, los titulares de la decena de subsistemas locales y federales que operan en el DF. Por ejemplo, los sistemas de educación media de UNAM, IPN, Bachilleres o la dirección de bachillerato de SEP.

Actualmente, la cobertura nacional para el nivel es de 69 por ciento, pero los retos son muy diferentes en cada entidad. Tal vez comenzará un nuevo capítulo en el movimiento descentralizador-centralizador, ahora en la media superior.

(Publicado en Campus Milenio No. 531. Octubre 17,  2013, p. 4


jueves, 10 de octubre de 2013

Foro bilateral: México-EUA


Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99


Hace cinco meses los presidentes Barack Obama y Enrique Peña Nieto acordaron la creación de un Foro para coordinar la cooperación educativa en el nivel superior y plantear acciones al respecto. En aquel entonces, el panorama de los gobiernos estadounidense y mexicano era muy diferente de lo que hoy parece.

Todavía en mayo de este año, el sabor del triunfo electoral para los dos gobernantes era muy reciente y el horizonte de posibilidades de cambio durante su mandato se extendía promisorio. Actualmente, los afanes de reforma de Obama y Peña Nieto enfrentan serias dificultades.

Ahora, el presidente de los Estados Unidos sostiene un enfrentamiento con integrantes del Partido Republicano sobre su iniciativa ya aprobada de reforma a la salud pública que entraría en vigor plenamente el año próximo. El diferendo tiene detenida la autorización de deuda, el presupuesto y parcialmente el funcionamiento gubernamental.

En el caso de México, también está aprobada la reforma educativa pero enfrenta una seria oposición de profesores agrupados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y no está a la vista el éxito de su implementación. El panorama todavía se complica más con las negociaciones en marcha sobre las reformas energética, hacendaria y política, así como los imperativos de atención pública derivados de las contingencias ambientales.

Sin embargo, algunos de los asuntos proyectados cuando el futuro parecía prometedor siguen su curso. Es el caso del Foro mencionado. En la visita de Barack Obama a México en mayo pasado, los titulares de las dos naciones acordaron, entre otras acciones, el establecimiento de un “Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación” (FOBESII) –por cierto, después se le denominó indistintamente como Foro Binacional o Bilateral.

En la misma declaración conjunta se acotaron tiempos y funciones para el Foro. Por ejemplo, se precisó que debía instalarse en este año a nivel de subsecretarios o funcionarios equivalentes y convocar a representantes del gobierno, el sector académico y la sociedad civil. El objetivo principal sería: “desarrollar una visión compartida sobre cooperación educativa y proponer iniciativas concretas de corto y mediano plazo”.

Uno de los aspectos sobresalientes es que el Foro le daría sentido a la iniciativa del gobierno estadounidense planteada desde el 2011: “La Fuerza de los 100 mil en las Américas”. Un programa anunciado por primera vez en Santiago de Chile por el presidente Obama en el 2011 y destinado a llevar 100 mil jóvenes latinoamericanos a formarse en Estados Unidos y, a su vez, intentar que igual cantidad de estadounidenses se prepare en países de América Latina.

El paso siguiente para dar continuidad a la idea del FOBESII, al menos en lo concerniente a la parte nacional, fue la instalación de un Grupo de Consulta Mexicano el 6 de junio de este año. Un grupo integrado por más de medio centenar de personas de 35 diferentes instituciones, una tercera parte de representantes de dependencias del gobierno federal, pero también de academias nacionales, institutos de investigación, universidades, asociaciones civiles y empresarios.

La tarea encomendada al Grupo de Consulta fue la de proponer la participación de actores relevantes, recomendar acciones estratégicas y evaluar el impacto de las acciones promovidas por el Foro. Una actividad que desarrolló en los meses anteriores y dio a conocer públicamente el mes pasado: (“Proyecta 100,000 Hacia una región del conocimiento. Propuesta del Grupo de Consulta Mexicano del FOBESII”, disponible en línea).

La propuesta central del Grupo es llevar las cifras actuales de 13 mil 893 estudiantes mexicanos en Estados Unidos (54 por ciento de licenciatura y 30 por ciento de posgrado) y los 4 mil 167 estudiantes estadounidenses en México a 100 mil y 50 mil, respectivamente. Una meta ambiciosa prevista para el 2018, precisamente cuando concluirá el periodo de Obama; sin embargo, parece poco factible de llevarse a efecto.


El documento del Grupo de Consulta desagrega las acciones, programa incrementos anuales por nivel educativo, sugiere crear consorcios, centros de investigación y enumera algunas de las dificultades más visibles para el logro de la cooperación y las metas. Sin embargo, quizás el mayor problema está fuera de los que se detectan. En ambos países se localiza en el terreno de los recursos financieros y en la recepción de las políticas públicas. 

(Publicado en Campus Milenio No. 530. Octubre 10,  2013, p. 4)

jueves, 3 de octubre de 2013

¿Los muy lejanos 45 años?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99

Este miércoles se cumplieron 45 años de los trágicos acontecimientos del movimiento estudiantil del 2 de octubre de 1968. Los años transcurridos son muchos años en la biografía de una persona, pero ese lapso es relativo en la escala de la historia. También en el ámbito de la educación y en la ciencia y la tecnología.

A pesar de que las ultimas cuatro décadas han traído consigo múltiples y muy variados cambios, también queda la impresión de que en algunos aspectos la transformación ha sido vertiginosa y notable, mientras que en otros ha sido más bien gradual.

En la década de los sesenta alcanzamos las tasas anuales más altas de crecimiento de la población: un pico histórico de 3.4 por ciento. Al final de esa década, el total de habitantes en México sumaba poco más de 48 millones. En las décadas siguientes, por la aplicación de las políticas de control demográfico, las tasas de crecimiento disminuyeron a menos del 2 por ciento. De todas formas, respecto de esos años, hoy la población es más del doble.

El tema tiene importancia por el reto de la presión demográfica en el sistema educativo. Una presión que se ha trasladado de los niveles elementales a los superiores conforme el incremento de la escolaridad de la población y la edad promedio. En aquellos años solamente eran obligatorios los seis años de educación primaria.

Actualmente, ya son vigentes 15 años de escolaridad obligatoria: tres de preescolar, seis de primaria, tres de secundaria y tres de media superior. Un cambio notable: en las últimas dos décadas se duplicaron los años de escolaridad obligatoria. Aunque queda la incertidumbre sobre la obligatoriedad de los tres años de preescolar, así como los plazos que marca la ley para la media superior.

La educación superior también ha experimentado un crecimiento importante, pero todavía insuficiente. En 1970, la matrícula de la licenciatura universitaria y tecnológica sumaba 209 mil alumnos. La cobertura bruta para el grupo de edad era del 6.7 por ciento.

Las cifras para el ciclo escolar 2012-2013 muestran que en licenciatura universitaria y tecnológica están matriculados 2 millones 936 mil alumnos. La cobertura bruta para la población de jóvenes correspondiente fue de 28 por ciento. Es decir, respecto de 1970, la matrícula se multiplicó por un factor de 14, mientras que la cobertura solamente se cuadruplicó.

Además, vale la pena recordar que todavía en 1970 el Distrito Federal concentraba más de la mitad del total de matrícula nacional. Paulatinamente ha descendido la importancia y la participación relativa del DF hasta representar alrededor del 15 por ciento del total en la actualidad. Aunque la entidad todavía tiene un peso importante en la matrícula del posgrado, particularmente en la reconocida en el Padrón Nacional de Posgrados.

En lo que corresponde al ámbito de la ciencia y la tecnología, también se registra un notable proceso de institucionalización, crecimiento y descentralización --regional e institucional.

De hecho, al final de los años sesenta todavía no existía Conacyt, el órgano rector de las políticas científicas y tecnológicas. La responsabilidad de conducir la política científica durante los años cincuenta y sesenta fue del Instituto Nacional de la Investigación Científica (INIC). Un organismo creado en 1950, pero con una escasa capacidad de maniobra.

En diciembre de 1970 apareció el decreto de creación de Conacyt, con la idea de conjuntar esfuerzos y reunir en un solo organismo la responsabilidad de coordinar, fomentar y prestar apoyo a las actividades científicas y tecnológicas, pero sobre todo de formular y ejecutar una política sectorial.

En ese mismo año, se estimaba que el volumen de recursos humanos dedicados a la investigación ascendía a 3 mil 300 profesionales y de ellos solamente 635 (19 por ciento) contaba con estudios de posgrado. Actualmente el personal con nivel de posgrado son poco más de 48 mil en las instituciones de educación superior, los centros públicos de investigación y las empresas; los miembros del Sistema Nacional de Investigadores suman 19 mil 747.

También en el mismo año de fundación de Conacyt, la inversión en Investigación y Desarrollo Experimental se estimaba en 0.1 por ciento del PIB. Actualmente se sitúa en 0.43 por ciento y según las previsiones de la actual administración, al concluir este sexenio se alcanzará el uno por ciento del PIB.

Después de 45 años no es lo mismo, los cambios han sido evidentes, pero tal parece que no han sido suficientes para resolver y avanzar en los variados pendientes.

(Publicado en Campus Milenio No. 529. Octubre 3,  2013, p4)