jueves, 28 de noviembre de 2013


El primer año: la difusión de los datos

 
Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

La actual administración cumple su primer año de gobierno. En el terreno de la ciencia y la tecnología todavía no se aprecia con claridad cuáles serán sus principales iniciativas. Salvo lo previsto en el Plan Nacional de Desarrollo (PND), la expresión reiterada de alcanzar el uno por ciento del PIB al término del periodo, algunas ideas e intenciones que se autocalifican como buenas y un par de acciones que se han puesto en marcha.

En el PND quedó registrado el objetivo de tomar como pilares al desarrollo científico y tecnológico para el progreso económico y social sostenible. Según el Plan un propósito que se logrará con diferentes estrategias. En primer lugar y como lo hemos anotado en múltiples ocasiones, con un crecimiento anual de la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico hasta lograr el uno por ciento del PIB.

 El cumplimiento del Plan también será con el seguimiento de estrategias de administraciones anteriores, como el respaldo a la formación e impulso de recursos humanos de alto nivel. Principalmente con la continuidad del programa de becas para estudios de posgrado, el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) o el Padrón Nacional de Programas de Posgrados de Calidad (PNPC).

Difícil saber si alguno de los programas tradicionales será modificado sustancialmente. La idea de incrementar exponencialmente el número de estudiantes mexicanos en Estados Unidos (de 14 mil a 100 mil) y de estadounidense en México (de 4 mil a 50 mil) en el próximo quinquenio, todavía permanece en el terreno de las buenas intenciones.

Tampoco se sabe si el cúmulo de aportaciones realizadas en el primer y único congreso de miembros del SNI, realizado hace más de tres años, será recuperado para una eventual modificación del Sistema. Lo mismo que la encuesta que recientemente realizó el grupo de trabajo del Foro Consultivo Científico y Tecnológico sobre la percepción de la evaluación académica y especialmente sobre el SNI.

Cabría esperar que la serie de datos y la experiencia, después de casi tres décadas de experimentar con la evaluación del rendimiento académico individual, se reflejara en cambios importantes en algunos de los programas. El asunto es que debe ser una modificación al conjunto, porque el sistema científico y tecnológico nacional ha quedado atado a una estructura de incentivos general, por lo que modificar un componente tiene repercusiones en el resto.

Hasta ahora, lo más visible ha sido el incremento para este año y el próximo en el gasto federal para la actividad científica y tecnológica (el ramo 38). Tema del que nos hemos ocupado en su oportunidad en estas mismas páginas. Solamente vale la pena destacar que es una aportación relativa para alcanzar el principal objetivo de esta administración, porque como se trata de inversión nacional, alcanzarlo dependerá de la aportación del sector empresarial y del privado no lucrativo.

El otro hecho, menos público, más organizacional y que está por demostrar su relevancia, es la Coordinación de Ciencia, Tecnología e Innovación. Una instancia creada en abril de este año, con funciones más bien limitadas de apoyo, consulta y asesoría, encabezada por Francisco Bolívar Zapata y dependiente de la Jefatura de la Oficina de la Presidencia de la República.

La Coordinación mencionada fue lo que quedó de la idea de crear una secretaría de Estado que se encargara del sector científico y tecnológico, e incluso que también aglutinara a la educación superior. Ni una ni la otra. La instancia que se creó es una versión más acotada de lo que en su momento fue el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, solo que la actual sin interlocución con el ejecutivo federal.

Otro asunto son las acciones que se desarrollarán con los recursos aprobados en el reciente presupuesto de egresos. Figura de forma sobresaliente la iniciativa de crear el Programa de Cátedras para Jóvenes Investigadores, como una alternativa de plazas para los jóvenes o la idea de destinar mayores recursos a proyectos de investigación para atender problemas nacionales. Pero, hasta ahora, son proyectos.

Finalmente, vale la pena notar la mera coincidencia de dos recientes publicaciones. Una, la Encuesta sobre Investigación y Desarrollo Tecnológico 2012. Otra, la venturosa aparición, precisamente en estos días, de un breve artículo en la prestigiosa revista Nature sobre lo que está realizando el actual gobierno en la materia (Mexico bolsters science funding. President aims to boost spending and reform research laws). Los datos, como posteriormente podremos apreciar, serán la línea base de referencia.


(Publicado en Campus Milenio No. 537. Noviembre 28,  2013, p. 4)

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los dineros para la actividad científica y tecnológica

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES


La inversión es uno de los instrumentos más presentes en el terreno de las iniciativas para la actividad científica y tecnológica, tanto para los organismos internacionales como para los gobiernos nacionales o las comunidades de referencia. También es uno de los motivos más frecuentes de controversia entre los diferentes grupos de científicos y la autoridad correspondiente y de ésta hacia los empresarios que no parecen muy dispuestos a participar.

Desde el 2002 la legislación educativa, en su artículo 25, estableció que se debe destinar, al menos, el uno por ciento del PIB de gasto público para investigación científica y desarrollo tecnológico en las instituciones de educación superior. Nótese que se refiere a gasto público y es solamente gasto en instituciones educativas. Un ordenamiento que en su momento pareció realizar las expectativas de algunos legisladores y científicos, pero que simplemente ha resultó imposible llevar a efecto. Si se pusiera en marcha implicaría más que duplicar el presupuesto para toda la educación superior y suponer una infraestructura que hoy no se aprecia en el conjunto de universidades. A pesar del error, la norma persiste.

El año próximo se cumplirá una década de la otra modificación importante a la legislación científica y tecnológica. La adición del artículo 9 Bis a la ley sectorial para precisar que: El Ejecutivo Federal y el Gobierno de cada Entidad Federativa, con sujeción a las disposiciones de ingresos y gasto público correspondientes que resulten aplicables, concurrirán al financiamiento de la investigación científica y desarrollo tecnológico. El monto anual que el Estado -Federación, entidades federativas y municipios- destinen a las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico, deberá ser tal que el gasto nacional en este rubro no podrá ser menor al 1% del producto interno bruto del país mediante los apoyos, mecanismos e instrumentos previstos en la presente Ley”.

En ese párrafo de la ley se establecieron las precisiones y condiciones que la normatividad educativa había soslayado. Por ejemplo, el esfuerzo financiero sería “con sujeción a las disposiciones de ingresos y gasto público”, o sea, cuando se pudiera. Más importante: el monto de los recursos financieros para cumplir lo que dice la ley son de gasto nacional y no solamente para instituciones educativas. Esto es, los recursos incluyen gasto público y privado y son para todas las actividades científicas y tecnológicas, independientemente del recinto en el que se lleven a efecto.

De cualquier forma, ni lo que dice una norma ni la otra se ha cumplido en la década previa. El volumen de recursos para investigación científica y desarrollo experimental (IDE), como proporción del PIB, se ha mantenido entre el 0.41 y el 0.43. Una cifra que representa menos de la mitad de lo que está previsto en la ley. En estas mismas páginas de Campus hemos registrado las vicisitudes de los cambios legislativos, lo mismo que la cíclica disputa por los recursos financieros con Hacienda o la intervención de grupos y personalidades del ámbito científico para presionar por mayores recursos. O bien, el ejercicio legal del Foro Consultivo, a través de una demanda administrativa, para que se cumpliera la ley. El hecho incontrovertible es que la normatividad, a pesar de sus salvedades, se ha incumplido en materia de financiamiento.

Pronto se disipó la expectativa que despertó el cambio de siglo y la alternancia. Al diagnóstico de que Conacyt solamente controlaba una proporción muy limitada del presupuesto federal para el sector y la mayor parte de esa escasa proporción era para becas y el sostenimiento del Sistema Nacional de Investigadores, se dispuso un cambio organizacional y administrativo relevante.

La modificación operada en la década previa culminó con la desectorización de Conacyt de la SEP –aunque después la Secretaría de Economía tuvo una mayor intervención— la creación de una ramo de gasto propio (el ramo 38) en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y la promulgación de la actual ley de ciencia y tecnología, la cual no solamente incluyó el ya comentado artículo 9 Bis, sino modificaciones importantes en el conjunto de órganos del sector.

Al inicio de la década pasada, el gobierno de entonces, se trazó metas ambiciosas para el final de su mandato, como la de duplicar el presupuesto nacional para ciencia y tecnología (de 0.75 a 1.5 por ciento del PIB), lo mismo para IDE (de 0.45 a uno por ciento del PIB) o elevar la participación relativa del sector privado en el financiamiento de IDE (de 0.31 a 40 por ciento). Está por demás reiterar que, nuevamente, no se cumplieron los propósitos, salvo en lo concerniente a la reorganización del sistema y en lo referente a la participación del sector privado. Aunque, luego, como lo comentamos en su oportunidad, se complicaron las relaciones entre autoridad, grupos de científicos y empresarios por la detección de cierto tipo de irregularidades en el otorgamiento de incentivos fiscales a empresas.

El asunto es que la promesa de los recursos financieros ha permanecido como una constante, renovándose en cada cambio gubernamental, presente en las negociaciones anuales del PEF en el Congreso y cada vez con una mayor dependencia del gobierno federal y especialmente de la Secretaría de Hacienda.

El nuevo periodo
La promesa se volvió a formular en la actual administración. En el Pacto por México se dijo que se daría un “impulso sin precedentes” a la ciencia, la tecnología y la innovación. En el mismo documento se planteó como uno de sus objetivos que se daría cumplimiento a lo que dice la ley y  se alcanzaría “de manera gradual, una inversión del uno por ciento del PIB” en investigación científica y desarrollo tecnológico.  Tal incremento, se dijo, comenzaría en el presupuesto de este año. Las cifras indican que, respecto del 2012, efectivamente, el aumento fue de alrededor de siete mil millones de pesos.

El objetivo planteado en el Pacto, como todos los que se formularon entonces, fueron recuperados en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) de la actual administración. La formulación no alcanzó la contundencia de un impulso sin precedentes anunciado en el Pacto, sino más bien como una estrategia de “contribuir a que la inversión nacional en investigación científica y desarrollo tecnológico crezca anualmente y alcance un nivel de uno por ciento del PIB”. Una estrategia que incluye como líneas de acción la participación de todos los sectores (público, privado y social) en el gasto sectorial, la promoción de la inversión que realizan las instituciones de educación superior e incentivos para promover la participación del sector productivo en el financiamiento.

Seguramente, como la marca la ley, la estrategia de contribuir a la inversión nacional del uno por ciento en el sector, planteada en el PND, será recuperada y desarrollada en el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti), el cual deberá estar listo a más tardar en abril del año próximo. Por lo pronto, solamente está el dato del segundo PEF que elabora la actual administración para valorar si se encamina a cumplir con la meta autoimpuesta.

En el proyecto que remitió el gobierno federal al Congreso en septiembre de este año, consideró un volumen de gasto en ciencia y tecnología para todas las dependencias gubernamentales del orden de 81 mil 810 millones de pesos (incluye recursos fiscales y los generados en las propias dependencias). En términos corrientes, un aumento de poco más de 11 mil millones, respecto del presupuesto actual; en términos reales alrededor de un 11 por ciento. A su vez, para Conacyt planteó un presupuesto de 31 mi 586 millones de pesos. Esto es, respecto de este año, le adicionó 6 mil millones de pesos más, lo cual representa aproximadamente 20 por ciento en términos reales.

En el presupuesto que aprobaron recientemente los diputados, modificaron ligeramente la propuesta del ejecutivo federal. En el volumen general, aumentó levemente a 81 mil 860 millones de pesos (52 millones de pesos más a la propuesta original), pero con diferencias importantes para algunas dependencias gubernamentales. Por ejemplo, Sagarpa, SEP y Salud tuvieron incrementos: 142 millones, 36 millones y 12 millones de pesos, respectivamente. El aumento más importante fue en el rubro de “previsiones salariales y económicas”, el que tiene que ver con incremento de salarios y creación de plazas, pues le añadieron poco más de 361 millones de pesos. Otra decena de secretarías permanecieron sin cambios. Por el contrario, y curiosamente, a Conacyt fue al único que le quitaron 500 millones de pesos.

El dictamen de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública no precisa la argumentación del decremento para Conacyt. El director del organismo rector de las políticas científicas tampoco se ha inconformado públicamente. Lo que sí es un hecho es que la disminución no toca a la propuesta del gobierno federal de destinar 550 millones de pesos para la creación de nuevas plazas para investigadores. Ese monto fue aprobado por los legisladores y está considerado en el rubro correspondiente.

El titular del Conacyt, Enrique Cabrero, ha hablado de la creación de un Programa de Cátedras para Jóvenes Investigadores, en el cual se tiene previsto ocupar los recursos autorizados y la creación de medio millar de plazas. Sin embargo, las característica del programa todavía no están claras. Seguramente deberá tener una articulación con las hasta ahora desconocidas líneas de acción del programa sectorial de esta administración.

En resumidas cuentas, ingresamos a un nuevo periodo en el que persiste la idea de alcanzar un porcentaje de inversión en las actividades científicas y tecnológicas. A la fecha, prácticamente, es la única y principal estrategia anunciada por la presente administración. En la década anterior, la meta solamente quedó en el marco normativo del sector. Actualmente, el incremento presupuestal de los dos primeros años parecen encaminarse a cumplir lo que dice la ley, pero todavía es incierto si el esfuerzo se sostendrá y si los incrementos se aplicarán en el indicador correcto: solamente en IDE. Nada más.


(Publicado en Campus Milenio No. 536. Noviembre 21,  2013, p. 28 

jueves, 14 de noviembre de 2013

 
¿La media superior fuera de la LGSPD o de un sistema?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES

En las semanas previas a la promulgación de las leyes secundarias de la actual reforma educativa, en los días de las especulaciones, las filtraciones y las disputas por lo que debieran o no contener tales ordenamientos, la directora del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Yoloxóchitl Bustamante, se reunió con los diputados de la comisión de educación para solicitarles un trato diferente para su institución.
 
Al promulgarse la esperada Ley de Servicio Profesional Docente (LGSPD), el pasado mes de septiembre, la que ahora establece criterios y condiciones para ingresar, reconocer, promover y permanecer en el servicio profesional de la educación básica y media superior. Al IPN, en artículo transitorio, se le reconoció su propia normativa para evaluar a su personal docente. No se le aplicará el nuevo ordenamiento.
Ahora, otros subsistemas del mismo nivel demandan un trato de excepción en la LGSPD. De acuerdo a nota del diario Reforma, profesores de 400 planteles de bachilleratos tecnológicos federales también solicitan ser incluidos en el artículo transitorio que los liberaría de la aplicación de la norma (11.11.13: 2).
 
Es posible que no prospere la demanda de los profesores de educación media superior, tanto por el tiempo que ha transcurrido desde la aparición de la nueva ley como por la personalidad jurídica de los planteles. Sin embargo, es una expresión más de los constreñimientos de la reciente obligatoriedad adquirida por este nivel educativo y otro dilema a la idea de establecer un Sistema Nacional de Bachillerato.
 
La reforma del artículo tercero Constitucional estableció que: “Adicionalmente, el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan” (fracción III).
 
En la misma fracción se estableció que sus disposiciones no serían aplicables a aquellas universidades e instituciones de educación superior autónomas por ley. Una previsión particularmente importante para aquellas instituciones que cuentan con subsistemas de educación media superior, como el IPN o la UNAM, por ejemplo.
 
La directora del IPN, cuando todavía no se promulgaban las leyes reglamentarias, pero ya se conocían algunas versiones preliminares de las normas, en la reunión con diputados de la comisión de educación les expuso que: “Nos encontramos seriamente preocupados por las posibilidades de que al no considerarnos autónomos pudiese pensarse en destruir de alguna manera respetuosa, la forma dinámica e institucional en que estamos trabajando” (Boletín 1920. 14.08.13).

Efectivamente, el IPN no es una institución autónoma. De acuerdo con su ley orgánica, se trata de un órgano desconcentrado de la SEP. La normatividad de la administración pública señala que en tal caso, son órganos administrativos que están jerárquicamente subordinados y tienen facultades específicas para determinadas materias y en un ámbito territorial específico. Por la misma razón, al director del IPN lo nombra el ejecutivo federal y en cada ocasión el proceso genera múltiples controversias.
 
El asunto es que en ese entonces la directora del IPN solicitó un trato de excepción para el Instituto, mediante el cual se le reconocieran sus procedimientos ya establecidos para evaluar a su personal docente. El presidente de la comisión de educación se mostró particularmente receptivo a la situación del Instituto. Y sí, finalmente la excepción quedó en el artículo 20 transitorio de la novedosa LGSPD.

Difícilmente podrá incluirse en el mismo artículo transitorio a  otros subsistemas de media superior, como el de Educación Tecnológica Industrial, Agropecuaria o Profesional Técnica. En primer lugar porque, a diferencia de los bachilleratos pertenecientes a instituciones de educación superior, los que ahora solicitan ser liberados de los criterios de la LGSPD están adscritos a direcciones generales de la misma SEP; son dependencias directas de la Secretaría.

Una reforma a las recientes leyes reglamentarias no sería una rareza. Sin embargo, es prácticamente imposible que se hiciera para incluir o excluir subsistemas de media superior. En cambio, sí sería factible para disipar las ambigüedades de los ámbitos de competencia y responsabilidad de los diferentes órganos evaluadores de este nivel educativo y también para recuperar o desechar la idea de un Sistema Nacional de Bachillerato que ya parece abandonada.

(Publicado en Campus Milenio No. 535. Noviembre 14,  2013, p. 4

jueves, 7 de noviembre de 2013


Hacienda y el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99

Los programas especiales, a diferencia de los sectoriales, no dependen exclusivamente de una cabeza de sector administrativo, lo cual le añade un mayor grado de complejidad para su elaboración. Adicionalmente, en el caso del Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti), se advierte una mayor influencia la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

 La normatividad correspondiente señala que la Secretaría de Hacienda tiene la atribución de coordinar y participar en la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo (PND), así como proyectar y calcular los ingresos de la Federación para la ejecución del Plan y los programas (sectoriales, institucionales, especiales, regionales o transversales). Es decir, tiene la responsabilidad de aprobar y verificar la congruencia de todos los programas.

 A su vez, la ley de planeación señala que los programas especiales se refieren “a las prioridades del desarrollo integral del país fijados en el Plan o a las actividades relacionadas con dos o más dependencias coordinadoras de sector” (artículo 26).

 La denominación de “especial”, en el caso del programa para ciencia y tecnología, se utilizó por primera vez en la administración de Vicente Fox, aunque al comienzo implicó cierta confusión porque las leyes indicaban un nombre para el programa y el documento presentaba otro. En el 2009 se modificó toda la normatividad y oficialmente quedó como Peciti.

 Lo relevante de que fuera un programa especial descansaba principalmente en un doble movimiento. Por una parte, en establecer políticas de Estado para la ciencia y la tecnología, refiriéndose con ello a iniciativas de largo plazo para el sector y que tuvieran el respaldo de la sociedad, no solamente del gobierno o los legisladores. Por otra parte, en el propósito de otorgarle mayores capacidades a Conacyt para estructurar y coordinar el sistema de ciencia y tecnología.

 Ahora, la ley de ciencia y tecnología establece que la formulación del Peciti está a cargo del Conacyt, pero con base en las propuestas que presenten las dependencias gubernamentales que apoyen o realicen investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación (artículo 21). Las dependencias más importantes suman más de media docena, las más relevantes son la de Economía y Educación.

El mismo artículo dice que el organismo también deberá tomar en cuenta “las opiniones y propuestas de las comunidades científica, académica, tecnológica y del sector productivo, convocadas por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico”. Y lo más importante: “A fin de lograr la congruencia sustantiva y financiera del Programa”, la integración final la realizarán Conacyt y la Secretaría de Hacienda.

No solamente está normado el diseño del programa. La junta de gobierno de Conacyt se integra por los secretarios de: Hacienda; Economía; Educación; Medio Ambiente y Recursos Naturales; Energía; Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; y Salud. También son miembros, el titular de Anuies, un representante del Foro Consultivo, Científico y Tecnológico; dos representantes de investigadores y dos más del sector productivo.

Actualmente, la junta de gobierno de Conacyt es presidida por el secretario de Hacienda: Luis Videgaray. La ley establece que el ejecutivo federal determina quien debe encabezarla “de entre los titulares de las dependencias del Ejecutivo Federal que tengan mayor actividad científica y tecnológica y tendrá voto de calidad en caso de empate” (artículo 5). Claramente, Hacienda es la secretaría que maneja el poderoso instrumento de los recursos financieros, pero no concentra la mayor actividad científica y tecnológica. Entonces ¿qué criterio es el que debe regir?

En junio pasado, Hacienda emitió los lineamientos a los cuales deben ajustarse las entidades y dependencias para la aprobación y seguimiento de sus respectivos programas (DOF 10.06.2013). Los especiales y regionales deben entregar sus propuestas a la Unidad de Evaluación del Desempeño de la Secretaría de Hacienda, a partir del 17 de diciembre de este año y a más tardar el 17 de febrero del año próximo. El Peciti deberá publicarse a más tardar en abril del año próximo

Lo paradójico del caso es que los cambios normativos de la última década buscaban una mayor autonomía y capacidad de gestión para el organismo encargado de las políticas científicas y tecnológicas. Sin embargo, parece que lograron el efecto contrario: una alta dependencia del ejecutivo federal y mayor influencia de otras secretarias.

(Publicado en Campus Milenio No. 534. Noviembre 7,  2013, p. 9)