viernes, 23 de agosto de 2019

OGM: Responsabilidad y competencias en ley general

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/PUEES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 813. Agosto 22, 2019. Pág. 5)

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en su sesión del pasado 13 de agosto, resolvió que no era válido el decreto del gobierno de Yucatán que declaraba a esa entidad como zona libre de cultivos agrícolas con Organismos Genéticamente Modificados (OGM). A la vez, determinó que conforme las leyes vigentes, a la federación le corresponde la responsabilidad de regular en materia de bioseguridad y distribuir las competencias en las entidades federativas.

La resolución viene ahora, no fue nada sencilla y tiene especial importancia en la discusión actual sobre una eventual ley general para el sector que deberá estar lista a más tardar en 2020. También tiene implicaciones para dirimir las posiciones que sostienen diversos actores relevantes en torno al uso o prohibición de los transgénicos.

El asunto inició con un decreto publicado por el gobierno de Yucatán en octubre de 2016, mediante el cual declaró al estado como zona libre de cultivos agrícolas con OGM, después de que comunidades mayas habían insistido desde cinco años antes. Los argumentos que exhibió el gobierno estatal fueron básicamente que debía atender el principio de precaución (adoptar medidas protectoras para evitar o disminuir un daño moralmente inaceptable porque existen sospechas fundadas, a pesar de que no haya pruebas científicas concluyentes).

La protección, dijo el gobierno yucateco, era principalmente para la actividad apícola, por su relevancia para la economía estatal y por la biodiversidad estatal y nacional. Porque el sector apícola se había visto afectado por la autorización del cultivo de soya transgénica en diversos polígonos de la entidad y representaban “no solo un peligro para la comercialización orgánica de la miel  sino también para el ecosistema de la península” (Diario Oficial de Yucatán. 26.10.2016: 25).

Sin embargo, un mes después de aquel decreto, Humberto Castillejos Cervantes, entonces consejero jurídico de Enrique Peña Nieto, ingresó una controversia constitucional para solicitar la suspensión e invalidez de esa decisión gubernamental. La argumentación indicaba que el decreto no tenía fundamento legal y de llevarse a efecto el ejecutivo federal estaría impedido de ejercer sus atribuciones en materia de bioseguridad. La Corte negó la suspensión solicitada, pero quedó pendiente la resolución de invalidez y esa fue la que emitió el pleno la semana pasada.

El contexto actual y las circunstancias son muy diferentes. En primer lugar, el presidente López Obrador lo dijo en el periodo de campaña y lo reiteró el primer día de su gobierno en la enumeración de los cien compromisos: “No permitir el uso de semillas transgénicas y proteger la diversidad de México” (compromiso número 74). Lo resumía como: no fracking, no transgénicos.

Un OGM es un organismo vivo (pero no un ser humano) con una combinación genética novedosa, realizada a través de técnicas de la biotecnología moderna. La Organización Mundial de la Salud lo considera como un organismo cuyo DNA ha sido alterado. Así, determinados genes seleccionados pueden ser transferidos de un organismo a otro e incluso a especies no compatibles; de ahí se deriva la denominación de transgénicos.

Los debates sobre los beneficios y peligros de los OGM han sido ríspidos y prolongados, al menos desde hace veinte años. En el medio científico hay partidarios en ambos sentidos, sin que predominen claramente los argumentos de uno u otro lado. El caso de las especies endémicas, el maíz transgénico y la seguridad alimentaría es un ejemplo. Pero no se trata solamente un asunto académico, están implicados temas de interés comercial y político, por eso no parece razonable resolverlo sin abrir un amplio debate.

En segundo lugar --y ya lo hemos comentado en este Acelerador de partículas—, en el equipo gubernamental actual, algunos miembros sostienen o sostenían posiciones favorables a los transgénicos y otros estaban en la posición contraria. En el primer caso estaban Alfonso Romo y Víctor Villalobos, el primero jefe de la oficina de la presidencia de la República y el segundo secretario de Agricultura y Desarrollo Rural; en el segundo caso está el ejecutivo federal y la propia directora de Conacyt, Elena Álvarez Buylla (Campus Milenio No. 759).

En tercer lugar, el último día del mes pasado, más de un centenar de científicos le entregó una carta al presidente López Obrador para solicitarle que debiera analizarse el tema antes de legislar o emitir un decreto para prohibir los transgénicos (El Financiero. 31.07.2019). Desde luego, también está la petición contraria para urgirle la expedición de un decreto, encabezada por comunidades mayas.

Entonces, si como dijo la Corte, la federación tendrá la regulación de la bioseguridad (control y monitoreo de las actividades con OGM) y la distribución de competencias entre las entidades federativas, es un tema ineludible para lo que será la próxima Ley General de Ciencia y Tecnología. No se puede resolver unilateralmente o centralizando como si fuera una ley federal; tampoco sin discutir a fondo el tema y las diversas posiciones al respecto.

Pie de página: Ahí viene la escaramuza con los programas de posgrado y las becas respectivas.

¿Retorno a políticas gubernamentales?


Alejandro Canales
UNAM-IISUE/PUEES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 812. Agosto 15, 2019. Pág. 4)

El reportero Daniel Blancas del periódico Crónica le pregunta al presidente de la República: Se habla ya de la inminente desaparición del Foro Consultivo Científico y Tecnológico por falta de presupuesto del Conacyt. Se supone que este foro es la voz autónoma, el órgano autónomo que tenía que asesorar al Ejecutivo para temas de ciencias y tecnología...

El ejecutivo federal interrumpió al reportero y respondió: Ah, claro, sí. Eso era otro pegote que traíamos aquí en la Presidencia, ya me acordé de ese, ese sí lo tengo identificado. Era aquí para asesorar al presidente en asuntos de tecnología y -un término también muy de moda- innovación tecnológica. No, ahí está el Conacyt, a mí me asesora el Conacyt, y ahí están los científicos. Era la conferencia de prensa matutina del 31 de julio.

La pregunta y respuesta fueron a propósito de la creación de un organismo en la administración anterior (la Coordinación para la Atención Integral de la Migración en la Frontera Sur) y su continuidad en el actual periodo. A pesar, según comentó el mismo reportero, de presuntas irregularidades y conflicto de interés.

Pero ¿todos los organismos intermedios entre el gobierno y los gobernados son iguales? ¿Cumplen la misma función? No. Seguramente, en la abultada administración pública habrá organismos creados por la presión de clientelas políticas, duplicadores de funciones, dispendiosos e inútiles. No obstante, también los habrá con otros antecedentes, un desempeño diferente y una relevancia para las tareas de gobierno.

En el sector científico y tecnológico, la primera vez que comenzó a perfilarse normativamente una instancia de contacto entre el gobierno y otros sectores para la definición de políticas fue a mediados de los años noventa. En el Plan Nacional de Desarrollo de la administración de Ernesto Zedillo (1994-2000), en el eje para el crecimiento económico y como parte de su estrategia general de política tecnológica, planteó la instauración de un foro de coordinación entre el sector privado, las instituciones de investigación y el gobierno. El foro, precisó el PND, “será promovido desde el más alto nivel gubernamental”.

En realidad, al final, la propuesta formó parte de una instancia más amplia y adquirió rango de ley. En la reforma a la ley sectorial de 1999 se agregó un capítulo (V “Participación”) y se dedicó a la instauración de lo que entonces se denominó “Foro Permanente de Ciencia y Tecnología”.

Un órgano autónomo y que desde esa fecha fue designado para la consulta del ejecutivo federal y de expresión de la comunidad científica y de los sectores social y privado. También desde su creación quedó establecido que la participación sería voluntaria y honorífica, así como los apoyos necesarios para su funcionamiento por parte del Conacyt.

Vale la pena recordar que en esos años, frente a la experiencia de las cíclicas crisis económicas, la inestabilidad de las iniciativas gubernamentales y, muy especialmente, la mayor pluralidad de fuerzas políticas representadas en el Congreso, cobraba mayor relevancia la idea de políticas de Estado, en contraposición a las políticas gubernamentales y centradas en el ejecutivo federal.

Tampoco fue fortuita la inclusión de la “participación” en la ley sectorial, lo mismo había ocurrido, unos años antes, en la Ley General de Educación, cuando incluyó un capítulo dedicado a la participación social.

¿Por qué la búsqueda de participación en las decisiones de gobierno? Porque se reconocía las limitaciones del poder público en la definición de los problemas de interés público, en el establecimiento de la agenda y en la puesta en marcha de las iniciativas, así que precisaba la participación ciudadana; abrir el espacio público a la intervención de otros sectores.

Después, en los años 2000, vinieron más reformas normativas que precisaron la composición, funciones y nombre del foro, pero conservó autonomía, carácter consultivo y forma de financiamiento.

Ahora, derivado de la reciente reforma al artículo 3° constitucional, debe promulgarse una nueva Ley General de Ciencia y Tecnología. No tiene que ser inmediato, el plazo vence hasta el año próximo, pero sería un retroceso volver cerrar el espacio público a la participación de otros sectores, centralizar y retornar a las decisiones solamente gubernamentales.

Pie de página: ¿Vienen cambios en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI)? Tal vez no. Para el expediente: La titular del Conacyt dice que el SNI no desaparece. De hecho, planteó que no solamente no desaparecerá, el año próximo tendrá un incremento presupuestal; también habrá revisión de los procesos y criterios de evaluación cualitativos y cuantitativos. Ya veremos.

jueves, 8 de agosto de 2019

El Foro: crónica de un desencuentro

Alejandro Canales
UNAM-IISEU/PUEES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 811. Agosto 8, 2019. Pág. 5)

El conflicto entre el Conacyt y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FCCyT) escaló todavía más la semana pasada. El primero dijo que normativamente no está obligado a entregar recursos financieros a asociaciones civiles, como lo es el Foro, así que la relación llegó a un punto de ruptura. Una acción que le da la espalda al largo proceso que llevó a la instauración del Foro, a las normas vigentes y al respaldo que ha recibido el organismo de consulta.

Según la ley sectorial vigente, el Foro y el Conacyt debieran trabajar de forma conjunta, no solamente como participantes en el máximo órgano de política y coordinación del sistema científico y tecnológico, también en la realización de consultas para la integración del programa sectorial y en todas las definiciones del sector. Además, dice claramente que el Conacyt sí debe otorgarle recursos al Foro para su operación (artículo 38)

La ley actual, sin embargo, deberá adecuarse a la reciente reforma del artículo 3º constitucional y especialmente a la fracción V. La semana anterior, en este mismo espacio, dijimos que en buena medida ahí radica el origen de la disputa entre ambos organismos: en la definición de ese marco normativo.

Los antecedentes sobre los desencuentros recientes son relativamente conocidos. A partir de enero mujeres destacadas ocuparon posiciones de primer nivel en el sector: Elena Álvarez Buylla (Conacyt); Beatriz Paredes (comisión de ciencia en la Cámara de Diputados); Marivel Solís (comisión de ciencia en la Cámara de Senadores); y Rosaura Ruiz (Seciti Cdmx). Así, pareció de lo mejor que Julia Tagüeña, otra mujer más, pasará a la coordinación del Foro, la otra punta de la gobernanza del sistema.

No obstante, en la misma ceremonia de cambio de titularidad del Foro, la directora de Conacyt llamó inaceptables las transferencias de recursos públicos hacia el sector empresarial que había realizado la administración previa. La doctora Tagüeña fue parte de esa administración, pero no fue clara la referencia y la imprecisión de las cifras; sin embargo, quedó registrado que la relación no sería sencilla. Semanas después Álvarez Buylla simplemente dijo que el caso se había turnado a la Secretaría de la Función Pública.

Después, en febrero, cuando todavía no estaba lista la reforma constitucional, vino el polémico proyecto de ley que presentó la senadora morenista Ana Lilia Rivera Rivera (Campus Milenio No. 790). Una iniciativa que tenía como eje la centralización de recursos y funciones, así como la anulación del Foro y de otros organismos intermedios. Las reacciones no se hicieron esperar y la propuesta de ley fue desconocida incluso por la propia directora del Conacyt. Ahí volvieron las señales de alarma.

En mayo, con el memorando de austeridad, llegó la regulación de viajes al extranjero para investigadores y la posterior marcha atrás a la medida. Otra vez intervino la Secretaria de la Función Pública. Más recientemente, a propósito de la consulta electrónica que realizó el FCCyT a los miembros del SNI para la elaboración de la nueva ley, el Conacyt “conminó” públicamente al Foro a cumplir con la ley y a conducirse conforme las medidas de austeridad del gobierno federal (48/19). También le dijo que duplicaba atribuciones del Conacyt, hacia un uso indebido de las bases de datos de investigadores del SNI, recibía un presupuesto excesivo, le anunció que sería fiscalizado y analizaría la viabilidad de continuar otorgándole recursos financieros.

Al día siguiente, el Foro citó a conferencia de prensa para aclarar la situación y llamar a la conciliación. Pero justo cuando estaba por finalizar la conferencia de prensa, la reportera de Animal Político anunció que en ese momento Conacyt también había emitido un nuevo comunicado y decía que no estaba obligado a otorgar recursos financieros a ninguna asociación civil.

En la negativa otra vez intervino la Secretaría de la Función Pública y precisó que el gobierno federal es el que debe ejercer los recursos directamente. Entonces, no solamente es la disputa por la definición de la nueva ley general de ciencia y tecnología, en el centro también está la aplicación del principio general que la actual administración busca imponer: el ejercicio directo de recursos y la supresión de organismos intermedios. Así lo ha expresado el propio presidente López Obrador y ya ocurrió en otros ámbitos.

¿Eso es lo más conveniente? No necesariamente. Al contrario, puede ser contraproducente. Son varios factores: la reiterada intervención de la Función Pública, el papel de las asociaciones civiles y el manejo de recursos públicos. Si los organismos intermedios han realizado un ejercicio indebido deben ser sancionados, pero tienen una función en la provisión de servicios o en la coordinación del sistema. En una siguiente entrega veremos el origen del Foro y sus funciones.

Pie de página: Viene un debate más: la investigación biotecnológica de organismos genéticamente modificados. Más de un centenar de biotecnólogos entregaron una carta a AMLO para solicitarle que se analice el tema antes de normar su prohibición.

jueves, 1 de agosto de 2019

CyT: ¿Disputa por una política de Estado?

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
@canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 810. Agosto 1, 2019. Pág. 5)

La atención mediática se ha centrado principalmente en las implicaciones en el terreno educativo de la reciente reforma del artículo 3º constitucional. No es para menos. Sin embargo, no es nada menor lo que también establece en materia de ciencia y tecnología. En la precisión de esas definiciones que derivarán en un nuevo marco normativo se origina la reciente disputa pública entre el Conacyt y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.

La nueva fracción V del artículo 3º constitucional dice: “Toda persona tiene derecho a gozar de los beneficios del desarrollo de la ciencia y la innovación tecnológica. El Estado apoyará la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica, y garantizará el acceso abierto a la información que derive de ella, para lo cual deberá proveer recursos y estímulos suficientes, conforme a las bases de coordinación, vinculación y participación que establezcan las leyes en la materia; además alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura”.

Un cambio muy notable respecto a lo que se indicaba antes de la reforma. En el pasado solamente decía que el Estado “apoyará la investigación científica y tecnológica”. Eso era todo. Ahora, además de ese apoyo, se añaden cuatro lineamientos más. El primero es el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Es decir, si el enfoque del artículo 3º constitucional es de igualdad sustantiva, la legislación secundaria deberá prever los mecanismos para allanar el camino para que todas las personas puedan gozar de los beneficios. Tal cual.

El segundo es garantizar el acceso abierto a la información que se derive de la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica. En este caso, desde hace cinco años quedó añadido el capítulo X a la ley sectorial (“Del Acceso Abierto, Acceso a la Información Científica, Tecnológica y de Innovación y del Repositorio Nacional”) para hacer efectivo el acceso abierto. No obstante, seguimos a la espera de esa garantía porque todo depende de los derechos de autor: todo bien si está permitido; no procede si se niega. La ley que está por elaborarse no lo puede soslayar.

En tercer lugar, dice la fracción V del 3º constitucional, el Estado “deberá proveer recursos y estímulos suficientes”. Este es uno de los puntos más reiterados y en donde reside lo que puede impulsar o inhibir el desarrollo científico y tecnológico en los próximos años. Desde hace 15 años la ley sectorial dice que el monto anual destinado para las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico, no debe ser menor al 1 por ciento del PIB. Sin embargo, nunca se ha cumplido. El asunto es qué nuevas disposiciones deberá considerar la nueva ley para la efectividad del respaldo.

Por último, también quedó establecido que alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura. A pesar de que parece un punto meramente retórico, el tema de la cultura está incluido en la fracción de las actividades científicas y tecnológicas. Las derivaciones pueden ser múltiples, pero incluye el subestimado aspecto de la difusión. Así que la ley secundaria también deberá incluirlo en el nuevo articulado.

Lo aquí mencionado es lo más elemental que deberá considerar la nueva ley sectorial. El legislador realizará el trabajo fino de redacción de los artículos que no pueden escapar de esas bases, pero también debe recuperar principios y definiciones de la ley anterior que significaron avances en la edificación del actual sistema científico y tecnológico.

En el artículo sexto transitorio de la reforma constitucional quedó indicado el nombre y el plazo para expedir la nueva norma: Ley General de Ciencia, Tecnología e Innovación y el Congreso la expedirá a más tardar en el año 2020. No obstante, las interrogantes serían: ¿será verdaderamente una ley general? y ¿qué plazos seguirá? Estas preguntas y los puntos de los párrafos anteriores las presenté en los cinco minutos que tuve en el Foro de Consulta sobre la Legislación Secundaria en Materia Educativa, organizado por la SEP y ANUIES el pasado 12 de julio.

El título de la ley en la materia no es irrelevante. En los ochenta se le denominó ley para coordinar y promover, al final de los noventa ley para el fomento, después, y hasta hoy: Ley de Ciencia y Tecnología. Si ahora será una ley general quiere decir que no puede ser estar centrada en las atribuciones de la federación, debe normar la distribución de competencias entre actores y órdenes de gobierno para impulsar una verdadera política de Estado. Y sí, tal vez ese es el centro de la disputa entre el Conacyt y el Foro Consultivo, porque el primero quiere suprimir al segundo. Un error más de la actual administración del sector y a ello iremos en la siguiente entrega.

Por último, las leyes generales de Educación Superior y de Ciencia, Tecnología e Innovación tienen un horizonte para el año 2020, no es el plazo perentorio de 120 días que tienen el resto de leyes secundarias. Es claro que deben armonizarse unas y otras, pero no tendrían por qué compartir la vorágine e improvisación legislativa.

Pie de página: Las revelaciones de Carlos Urzúa, el exsecretario de Hacienda, son muy ilustrativas para entender la actual situación financiera del sector, de los CPI y de lo que cabría esperar de los programas sectoriales.

El sector privado y los números desde Palacio Nacional

Alejandro Canales
UNAM-IISUE/PUEES
Twitter: @canalesa99

(Publicado en Campus Milenio No. 809. Julio 11, 2019. Pág. 5)

El volumen total de recursos que se destinan a la actividad científica y tecnológica es fácil de precisar. Las cosas ya no son tan sencillas cuando queremos desagregar las cifras para ver quiénes participan y cómo se distribuyen los recursos. Por eso es notable que desde Palacio Nacional María Elena Álvarez Buylla, titular del Conacyt, nuevamente insistiera sobre la transferencia indebida de recursos al sector privado en el sexenio pasado. El asunto es más inquietante cuando las cifras oficiales no coinciden.

La directora de Conacyt, en enero de este año, seguramente usted lo debe recordar, dijo que: en el organismo estaban recabando los datos más precisos sobre transferencias de recursos públicos a la iniciativa privada, pero los cálculos preliminares señalaban un monto transferido por el Consejo al sector privado de alrededor de 50 mil millones de pesos. No precisó si fue o no ilegal, pero sí señaló lo indebido del caso y aclaró que tenía un rango de confiabilidad de más menos 15 mil millones de pesos.

En aquel entonces generó mucho ruido mediático la declaración de Álvarez Buylla y hasta el vicecoordinador de Morena en el Congreso de la Ciudad de México presentó un punto de acuerdo para enviar un exhorto a la Secretaría de la Función Pública (SFP) para investigar si las transferencias habían sido ilícitas (Campus Milenio No. 789).

No obstante, como frecuentemente ocurre, a las pocas semanas cesó la atención pública a ese tema y los reflectores se trasladaron a otra parte. Después, la titular del organismo dijo que ella había entregado la información a las instancias correspondientes y le tocaría a la SFP determinar si las transferencias habían sido legales o no. A la fecha nada se aclaró.

Ahora, casi medio año después, en la conferencia de prensa del presidente de la República del pasado 27 de junio, la directora de Conacyt vuelve a presentar cifras sobre el presupuesto y aparece de nueva cuenta la transferencia de recursos públicos al sector privado. Lo sorprendente es que la información no coincide y reitera los números que mencionó en enero.

Por ejemplo, los datos que presentó Álvarez Buylla en Palacio Nacional muestran que el presupuesto para ciencia y tecnología en el 2018 fue de 76 mil 776 millones de pesos, mientras que para este año es de 77 mil 315 millones de pesos. Es decir, respecto del año anterior, pareciera que hubo un incremento de 539 millones de pesos. Sin embargo, el decreto de Presupuesto de Egresos de la Federación, aprobado por los diputados, dice que el gasto federal para 2019 es de 91 mil 390 millones de pesos y el del año pasado fue de 91 mil 952 millones.  Esto es, el sector ahora tendría 562 millones de pesos menos. Así que no solamente el monto global es dispar, también los cálculos son opuestos. ¿Cuáles son las cifras correctas?

Otro dato que muestran las gráficas de Álvarez Buylla pero que no lo destacó es la participación relativa de Conacyt en el gasto total. En sus gráficas, el organismo controlaba el 35 por ciento del gasto en el 2018 y en este año solamente será el 32 por ciento. Sin embargo, de acuerdo a los decretos de presupuesto, las cifras correctas serían de 34 y 31 por ciento, respectivamente. Parece un dato menor, pero no loes, porque en este año la SEP, por primera vez, ejercerá 40 por ciento del gasto total del sector; un porcentaje superior al del Conacyt.

Por último, Álvarez Buylla volvió a reiterar el tema de la transferencia de recursos hacia el sector privado. El título de su gráfica decía: “casi 50 por ciento de fondos del Conacyt transferidos a sector privado”. Un dato alarmante. En la gráfica se mostraban las cantidades: 35 mil 175 millones de pesos (48 por ciento) para el sector privado y 37 mil 423 millones de pesos (52 por ciento) del sector público. Y añadió: “Esto no pasa en ningún lugar del mundo”; “esto es grave”.

En realidad la gráfica proyectada en la conferencia desde Palacio Nacional fue relativamente incomprensible. En primer lugar porque no estaba claro si estaba comparando las aportaciones de los sectores público y privado para los fondos de investigación en el periodo, o bien, era el gasto privado en investigación y desarrollo experimental o incluso en el total del gasto nacional de ciencia y tecnología. ¿Qué estaba comparando? A saber.

La gráfica no ayudó porque sumaba cifras absolutas y relativas. Lo que sí quedó claro fue que en el sexenio anterior se transfirieron más de 35 mil millones al sector privado (PEI) y se abandonó a la ciencia básica.

Entonces, si la administración anterior fue omisa y poco transparente en la desagregación de las estadísticas oficiales, como aquí mismo lo hicimos notar, ahora bien se podría comenzar por un manejo más escrupuloso de los datos y proceder legalmente si ocurrió algo indebido. ¿No?

Pie de página: En este año la SEP ejercerá el mayor volumen de gasto en ciencia y tecnología y el tema educativo no forma parte de los Programas Nacionales Estratégicos del Conacyt. Sorprendente. La próxima Junta Directiva del Conacyt será encabezada por Jorge Alcocer Varela, titular de la Secretaría de Salud. Otra historia.