jueves, 24 de octubre de 2013


Internacionalización, muchas promesas y pocos resultados


Alejandro Canales

UNAM-IISUE/SES


En el reciente Congreso de las Américas sobre Educación Internacional, celebrado en Monterrey, Nuevo León, el subsecretario de Educación Superior, Fernando Serrano Migallón, sintetizó la posición gubernamental sobre la dimensión internacional. Difiere de la que se sostenía cuando comenzaba a notarse la importancia del tema, pero podría ser igualmente carente de resultados satisfactorios.

El titular de educación superior dijo: “México aspira a enviar a sus mejores talentos a completar su formación en otros países, a recibir a estudiantes de diferentes nacionalidades y distintas especialidades y compartir su conocimiento y el talento de sus profesores. Sólo se podrá conseguir si el trabajo lo hacemos entre todos”.

Todavía a principios de los años noventa la idea era que los jóvenes cursaran estudios completos de posgrado en el extranjero, tantos estudiantes como lo permitieran los recursos financieros disponibles.  Hoy, en su mayor parte, como lo anota el subsecretario, se trata de que los jóvenes reciban una formación complementaria: una modalidad de estancias cortas en otros países, frecuentemente de un semestre o de un año.

Al inicio tampoco había una expectativa por recibir estudiantes de otros países. Aunque algunas instituciones de educación superior en México, destacadamente la UNAM, atraían a estudiantes principalmente de América Latina, no era un objetivo que se hubieran trazado deliberadamente. Ahora, las instituciones aspiran a recibir grandes volúmenes de estudiantes extranjeros.

En la región latinoamericana, y especialmente en el caso de México, las iniciativas de modernización en el terreno educativo de fines de los años ochenta, la profunda y gradual apertura económica, así como la formación de bloques regionales y alianzas estratégicas, comenzaron a registrar con mayor énfasis y a mayor escala los procesos de cooperación académica internacional y la movilidad estudiantil.

Lo paradójico es que pese a la gran cantidad de convenios y programas que se pusieron en marcha para alentar la internacionalización, la mayoría han carecido de efectos prácticos y solamente algunos han mostrado resultados. Es notable la disminución del número de becas al extranjero.

Las cifras oficiales no son del todo confiables, pero al comienzo del programa de becas, en los años setenta, más de la mitad de los apoyos eran para estudios en el extranjero. Después, con la crisis de los años ochenta y la escasez de recursos, las proporciones se invirtieron y las becas nacionales representaron la parte mayoritaria. En los años noventa, aunque el número de becas pasó de poco más de dos mil a más de 17 mil, la proporción se conservó en 80 por ciento de becas nacionales y 20 por ciento para el extranjero.

Desde que se puso en marcha la estrategia de reordenación del posgrado, primero con el Padrón de Excelencia en 1992 y una década después con el Padrón Nacional de Posgrados, creció el argumento a favor de un mayor otorgamiento de becas nacionales y una disminución para el extranjero. El razonamiento era que ya estaba asegurada la calidad de los programas nacionales. Se decía que los niveles de enseñanza eran comparables a los de países avanzados y había que darles preferencia, principalmente a los doctorados nacionales.

En esta última década, los datos son variables, pero las cifra oficiales señalan que las becas vigentes al extranjero pasaron de 2 mil 972 a 4 mil 82, entre el 2002 y el 2011. Por su parte, en el mismo periodo, las nacionales pasaron de 9 mil 399 a 36 mil 514. Notable la diferencia de crecimiento entre unas y otras. Actualmente el 91 por ciento son becas nacionales.

La internacionalización tiene muchas dimensiones y diferentes ángulos, pero no deja de llamar la atención que cuando más se ha enfatizado la importancia de propiciar la formación en el extranjero, el volumen y los apoyos no han ido en correspondencia.

No necesariamente tendría que ser una formación completa fuera del país. La tendencia en otros países es, precisamente, la adopción de diferentes modalidades de movilidad. Sin embargo, a la luz de las cifras mencionadas y de otras no consideradas, la propuesta formulada en el Foro Bilateral sobre Educación Superior acerca de que el número de estudiantes mexicanos en Estados Unidos se eleve de 13 mil 893 a 100 mil en los próximos cinco años, parece simplemente improbable.
 
Es decir, nuevamente, los resultados serán insatisfactorios. ¿O hará una corrección más el todavía ausente programa sectorial? Pronto lo sabremos.  

(Publicado en Campus Milenio No. 532. Octubre 24,  2013, p. 4)


 

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