viernes, 21 de noviembre de 2014

 
CMI: La distribución de oportunidades educativas en un país desigual
 
 
Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
canalesa@unam.mx Twitter: @canalesa99
Mery Hamui
UAM-A / Sociología de las Universidades
Don Carlos Muñoz Izquierdo, tras una larga batalla contra una dura enfermedad, falleció al comienzo de la semana anterior. Un ser entrañable en el ámbito de la educación, formador de múltiples generaciones, pionero de la investigación educativa, particularmente de los estudios sobre financiamiento educativo, y ante todo una persona gentil, respetuosa y ampliamente respetada. La ausencia de Muñoz Izquierdo deja un vacío en la investigación educativa, pero también una obra cuantiosa y variadas enseñanzas.
Desde mediados de los años sesenta, hace casi medio siglo, comenzó el interés de Muñoz Izquierdo por los temas de la economía y el financiamiento de la educación, con sus textos señeros sobre La inversión en el sistema educativo nacional hasta 1970 y sus fuentes de financiamiento; La educación en el desarrollo económico nacional (en coautoría); Una exploración de los factores determinantes del aprovechamiento escolar en la educación primaria; o La enseñanza técnica en México, a los cuales se fueron sumando muchos otros, más o menos sobre la misma temática en las décadas siguientes, hasta alcanzar una vasta producción.
Los textos de don Carlos Muñoz circularon profusamente en las aulas universitarias –y no universitarias--, para nosotros, al igual que para muchos otros, fueron parte de los materiales obligados de formación. En sus manuscritos desmitificó el valor asignado a la educación, porque mostró en buena medida la invalidez de los supuestos expansionistas que orientaron las acciones educativas del Estado desde 1921 y que no habían alcanzado una justa distribución de las oportunidades educativas que permitieran el desarrollo de una fuerza de trabajo más productiva y, todavía menos, favorecer un mayor acceso de los sectores más desprotegidos. Además, en la etapa que comenzaba a ponerse en tela de juicio la función social de la escuela, evidenció algunos de sus efectos negativos al descubrir el modo en que contribuía en la reproducción de las desigualdades sociales y puso en cuestión los límites de la educación para la movilidad social.
Al inicio, conforme el desarrollo de la disciplina y las circunstancias generacionales lo permitieron, sus explicaciones se basaron en un paradigma funcional con énfasis en la dimensión económica. Una de sus primeras hipótesis desarrolladas era que “Las desigualdades educativas son originadas por un conjunto de factores externos a los sistemas educativos, por lo que tales desigualdades derivaban de las que ya existen entre los distintos estratos integrantes de la formación social en la que los sistemas educativos están inmersos” (Muñoz Izquierdo, 1996).
Esta hipótesis colocaba en el centro del análisis a las variables sociales y económicas como factores determinantes de las desigualdades educativas e identificaba en los antecedentes familiares y culturales del alumno las causas fundamentales del fracaso escolar. Esta explicación fue objeto de fuertes críticas, debido a que reducía el análisis de los resultados escolares al impacto de los factores extraescolares. Surgió así la necesidad de identificar los factores endógenos y los procesos educativos que contribuyen desde las aulas al fracaso del sistema escolar.
Don Carlos, entonces, analizó el funcionamiento al interior de la escuela, esto es, los insumos, los procesos educativos y cómo éstos influyen en los resultados escolares. Encontró que la oportunidad educativa pensada en términos de permanencia y logro escolar está determinada, en efecto, por un conjunto de factores exógenos al sistema educativo así como por los insumos y los procesos que se desarrollan dentro del mismo sistema escolar.
Don Carlos buscaba soluciones mediante programas en el sector laboral y en la educación superior, para que éstas últimas desempeñaran un papel proactivo en las futuras ocupaciones de los egresados. Cabe señalar que las propuestas sugeridas fueron en torno a lograr equidad y relevancia de la educación superior y se referían a los diseños curriculares y a la formación del personal docente requerido para impartirla. Estas sugerencias apuntaban hacia la necesidad de generar una educación más crítica, creativa, reflexiva y adaptada a las características de diversos demandantes. En su texto Mitos y Realidades de la Relación Universidad –Sociedad, Muñoz Izquierdo ponía sobre la mesa la cuestión de la pertinencia de la curricula y expresó sus dudas sobre la vinculación entre investigación y docencia en la licenciatura.
El cuestionamiento continuo sobre la función social de la educación en los textos de Muñoz izquierdo ha dejado huella no sólo en los autores de estas líneas, también ha sido parte fundamental de las preocupaciones de los sociólogos de la educación y de los tomadores de decisión. Imposible soslayar las preguntas que recurrentemente formuló: ¿Qué función deben desempeñar las instituciones de educación superior (IES) para impulsar -junto con otras instituciones y dependencias del Estado- la movilidad social intergeneracional en sentido ascendente? ¿Cómo deben contribuir  dichas instituciones en el desarrollo científico y tecnológico del país? ¿Cómo lograr la vinculación de los egresados de las IES y el empleo y, más aún, la creación de “empleos decentes”? ¿Cuál es el impacto que generan las IES en la productividad de los recursos  humanos?
Muñoz Izquierdo ensayó diferentes metodologías para aventurar posibles respuestas y entre ellas destacaron sus ejercicios de prospectiva, los cuales incluyeron la construcción de diversos escenarios y una reflexión sobre sus implicaciones. Don Carlos también propuso medidas que bien podrían ser consideradas en el planteamiento de algunos problemas, lo mismo que para atisbar acciones en busca de soluciones.
Por ejemplo, el sistema productivo muestra una insuficiente absorción de los egresados de la enseñanza superior y/o algunos egresados aceptan ocupaciones menos productivas que aquéllas a las que se orientaron en sus carreras. La situación parte del siguiente hecho social: en la presente década, el sector formal solamente ha creado alrededor de un 40 por ciento del total de empleos que hubieran sido necesarios –ya no digamos para eliminar el desequilibrio descrito- sino  para evitar, apenas, que la magnitud del mismo siguiera aumentando.
En virtud de lo anterior, con frecuencia se ha afirmado que en México existe una “sobreoferta” de profesionales. Sin embargo, Don Carlos consideraba que lo registrado en México es, en todo caso, un “déficit de demanda”. Es decir, una incapacidad estructural de la economía para absorber en condiciones aceptables a los egresados de la educación superior.  La causa principal de este problema se encuentra en las condiciones en que se ha venido desarrollando la economía durante las últimas décadas. El desequilibrio también es atribuible a la forma en que está concentrado el ingreso nacional, ya que no estamos generando suficiente demanda por servicios profesionales, debido a que el gobierno no está recaudando los impuestos que serían necesarios para crear esa demanda en el sector público y también porque los estratos sociales de la mayor parte de las familias mexicanas no tienen el poder de compra que sería necesario para poder emplear a los egresados.
Una visión prospectiva también sugería no olvidar que se intensificará la integración de bloques económicos y que la economía nacional estará cada vez más expuesta a las fluctuaciones que se registren en los países económicamente más desarrollados del mundo. Los efectos que esta dinámica genere en nuestro país dependerán del grado en el cual considerables cantidades de empresas pequeñas y medianas (pymes) logren –o no- incorporarse como proveedoras a las cadenas productivas que están destinadas a producir bienes y servicios exportables. Algunas de esas pymes podrán permanecer al margen de dichas cadenas -lo que les permitirá gozar de cierta autonomía con respecto a las fluctuaciones del comercio exterior-, sin embargo, hay indicios de que esa estrategia difícilmente les asegurará su supervivencia a largo plazo, con excepción de aquellas que ocupan los escasos “nichos de mercado” que no son interesantes para las empresas ubicadas en el exterior.
La pregunta que surge entonces es ¿hacia dónde van las profesiones y cuáles podrían tener mayor demanda? De acuerdo con Muñoz Izquierdo, era indudable que el comportamiento de la demanda de profesionales dependía -cada vez en mayor grado- de que las actividades productivas adoptaran las nuevas tecnologías relacionadas con la comunicación y la informática (conocidas como TIC). De hecho, don Carlos elaboró un esquema analítico alejado del que tradicionalmente había sido utilizado para examinar las relaciones existentes entre la escolaridad y el sistema productivo.
En el esquema que propuso Muñoz Izquierdo, relaciona las diferentes funciones que son desarrolladas por los profesionistas y técnicos, con los ámbitos del sistema productivo en los que esas funciones son desempeñadas; lo que supone observar el destino (y no el origen) de los bienes y servicios producidos, en ello se puede esperar un incremento importante en la demanda correspondiente a los programas de posgrado.
En síntesis, Muñoz Izquierdo propuso cuatro escenarios alternativos a esta problemática en la que sugirió que en el diseño e instrumentación de los programas hubiera un replanteamiento estructural de los contenidos, métodos y técnicas de la educación, la investigación, la difusión y los servicios universitarios. Por supuesto, también exige reorientar las profesiones, revisar la producción y distribución de los conocimientos y su organización disciplinaria, así como las relaciones de las IES con la sociedad más amplia. Los cursos de acción, ciertamente, demandan realizar esfuerzos de enorme envergadura, pero si esos esfuerzos son llevados a cabo exitosamente, las instituciones de educación superior habrán contribuido a construir una sociedad más productiva, justa y solidaria.
Las preocupaciones de Muñoz Izquierdo no se circunscribieron al terreno de la investigación educativa o a la extensa e intensa labor docente que desarrolló durante su carrera, también participó en iniciativas sociales: fue miembro fundador y participante activo en el Observatorio Ciudadano de la Educación (OCE). Un organismo de vigilancia social en el terreno educativo, el primero en crearse a nivel nacional en 1998 y dedicado a analizar crítica y propositivamente las políticas educativas. En ese espacio, hoy tan ausente como necesario, coincidimos y colaboramos sistemática y periódicamente en auténtico trabajo colectivo, un grupo personas interesadas en los problemas del sector. Desde luego, don Carlos, siempre mantuvo su disposición a colaborar, no solamente con su habitual gentileza sino con su proverbial eficiencia y particular sentido del humor.
La obra de Muñoz Izquierdo suscita sentimientos de admiración, gratitud y satisfacción intensos, pero sobre todo nuevas preguntas para la reflexión y opinión. Sin duda lo extrañáremos. Don Carlos, adiós.
(Publicado en Campus Milenio No. 585. Noviembre 20, 2014, p.6 y 7)
 
 

 

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