Alejandro Canales
UNAM-IISUE/SES
Twitter: @canalesa99
(Publicado en Campus Milenio No. 709. Junio 15, 2017. Pág.
5)
Es comprensible el compromiso del
gobierno francés con el Acuerdo de París sobre cambio climático: fue el país
anfitrión de la cumbre en la que se aprobó en el 2015. Claro, también está la
relevancia del acuerdo como plan universal para la reducción de los gases de
efecto invernadero, la esperada mitigación del calentamiento global y la
perspectiva de que entre en vigor en el 2020.
Quizás por la misma razón, cuando
Donald Trump anunció el retiro de EE. UU del acuerdo, el pasado primero de
junio, el presidente francés, Emmanuel Macron, a las pocas horas, fue uno de
los primeros líderes en dirigir un mensaje público reprobando la decisión:
“Considero que está cometiendo un error para los intereses de su país y de su
pueblo y un error para el futuro de nuestro planeta. Acabo de hablar con el
Presidente Trump y tuve la oportunidad de hacérselo saber”.
Lo notable es que, como ya lo
hicimos notar en la entrega de la semana anterior, Macron también dijo que el
Acuerdo no se renegociaría. Todavía más, se dirigió a los científicos,
ingenieros, investigadores y empresarios estadounidenses que estuvieran decepcionados
con la decision y los invitó a trabajar: “Encontrarán en Francia una segunda
patria. Les hago un llamamiento: vengan a trabajar aquí, con nosotros, a
trabajar sobre soluciones concretas para el clima. Esta noche, los
Estados Unidos le han dado la espalda al mundo. Pero Francia no dará la espalda
a los estadounidenses”.
La invitación
entró en el terreno mediático, a la caza de un liderazgo global, en el ajuste
de la geopolítica provocado por el declinante papel estadounidense, debido a las
posiciones sumamente polémicas y las controvertidas decisiones de Donald Trump.
Sin embargo, el asunto es en qué medida quedará minada la fuerza de atracción
que ejerce EE. UU y si, en dado caso, efectivamente se reflejara en un cambio
en las instituciones y en los flujos de personal altamente calificado.
Después de todo,
es indiscutible la capacidad científica y tecnológica de los Estados Unidos (Science, Technology and Industry Scoreboard,
2015). En la década pasada, 22 de las 30 universidades con mayor impacto
estaban localizadas en su territorio. También encabeza la lista de los países
con las publicaciones de mayor impacto relativo en todas las disciplinas y,
junto con el Reino Unido, Alemania y China, concentran entre el 50 y el 70% de
esas publicaciones. Más de la mitad de las empresas con mayor actividad en
investigación y desarrollo experimental están localizadas en Estados Unidos y
Japón. Y sí, es el país clave en las redes científicas, en la atracción de
estudiantes y en el origen y destino de la mayor parte de científicos.
Francia comienza
un nuevo periodo. Todavía no se sabe exactamente qué planes pondrá en marcha la
actual administración, pero su joven presidente ha levantado altas expectativas.
En buena medida por la composición de su gabinete, en el que resalta la paridad
de género y la pluralidad política. También porque los ministerios relacionados
con la educación y la actividad científica estarán ocupados por personas
reconocidas en sus respectivos campos.
Por ejemplo, en
el nuevo ministerio de Transición Ecológica y Solidaria, designó a Nicolás
Hulot, un popular y reconocido activista y defensor del medio ambiente que no
había participado en el gobierno. Tal vez esa sea otra razón que explique las
posiciones e invitación de Macron.
El ministerio de
Educación Superior, Investigación e Innovación lo ocupará Frèdérique Vidal,
anterior presidenta de la Universidad de Niza Sophia (2012-2017), especializada
en bioquímica y genética molecular. Y en el ministerio de Solidaridad y Salud
estará Agnès Buzyn, otra investigadora en hematología y quien ha desempeñado
otros cargos de alto nivel en la política científica francesa.
No obstante, no
es suficiente el perfil de una nueva administración para modificar rápidamente
un sistema científico y tecnológico; tampoco para atraer de forma inmediata el
flujo de recursos humanos. Sí, puede ayudar, pero se necesitan instrumentos y
una estructura de incentivos, porque ni el desarrollo científico ni las
instituciones se pueden improvisar.
El sistema de
investigación francés tiene sus fortalezas y sus insoslayables retos (RIO Country Report 2016: France). Por
ejemplo, el nivel de financiamiento de la investigación científica y desarrollo
experimental, como proporción del PIB, es de 2.24 por ciento. Una proporción
arriba de la media de la Unión Europea y del Reino Unido, pero abajo de la que
destina Estados Unidos, Alemania o Japón.
Francia solamente tiene unas cuantas industrias
de alta tecnología, como la aeronáutica o la aeroespacial, aunque también es
reconocida su industria cosmética, de lujo y agroalimentaria. El reporte dice
que ese país, en la última década, ha impulsado un número importante de
reformas para mejorar su investigación, pero a nivel nacional sigue siendo
promedio, tanto en calidad como en cantidad.
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